El Padre François, Fundador de la FRATER


      El Padre y Fundador de la FRATER, Henri François Morel, nació el 8 de mayo de 1897 en Ligny, pequeña población obrera de la región del Mosa, al Norte de Francia, en el seno de una familia de larga tradición católica, que se honraba de tener antepasados tan notables como la heroína y mártir Santa Juana de Arco.

      Cursó sus estudios secundarios en Nancy hasta 1914, año en que estallaba la I Guerra Mundial, y en 1915 ingresó en el Seminario, donde poco después (1916) cayó enfermo de tuberculosis, una enfermedad a la que en aquella época muy poca gente sobrevivía, ni siquiera en Francia. El Instituto Pasteur de París tenía ya bastante avanzadas las investigaciones sobre el bacilo de Koch, causante de esa enfermedad, pero aún faltaban bastantes años para que existieran fármacos realmente efectivos para combatirla.

      Con mucha dificultad, y con su salud y sus fuerzas cada vez más mermadas por la tuberculosis, pero con una gran fortaleza de espíritu y con la ayuda de Dios, logró llevar a cabo sus estudios en el Seminario. Cuando, en 1922, llegó el día de su ordenación, estaba ya tan enfermo y tan débil, que sus superiores dudaban incluso si debían ordenarlo. Ha quedado para la posteridad la frase que pronunció el Obispo: "Vamos a ordenarle sacerdote para que pueda celebrar algunas misas antes de morir".

      Lo ordenaron sacerdote y, pensando que le quedaban pocos días de vida, no se atrevieron a destinarlo a ninguna parroquia, sino que lo mandaron a Ligny, para que muriera en su casa con su familia. Pero, como tantas veces ocurre, los designios de Dios distan mucho de los nuestros, y Dios quería servirse del joven y enfermo P. François para hacer grandes cosas, convertir la piedra desechada por los arquitectos en piedra angular, y así manifestar una vez más su gloria entre nosotros.

      Así pues, en Ligny se puso a disposición del Párroco, quien, viéndolo incapaz de hacer ninguna otra cosa, lo mandó a visitar enfermos. Y así comenzó el sacerdocio del P. François, que no se murió tan pronto como algunos se temían, sino que, por el contrario, iba repartiendo la Palabra y el Pan de vida entre los enfermos y ganándose la amistad y el cariño de éstos, al tiempo que iba recuperando, muy poquito a poco, su propia salud.

      Sin abandonar nunca su especial dedicación a los enfermos, nuestro P. François se convirtió pronto en Coadjutor de su Parroquia, en Ligny, luego Vicario, y más tarde fue nombrado Párroco de Fains-les Surces, y se hizo cargo también de la capellanía de un hospital psiquiátrico cercano.

      Tras dos décadas de paz, con la II Guerra Mundial llegaron de nuevo tiempos difíciles, especialmente para la Iglesia, que volvió a sufrir persecución y martirio en diversos países de Europa. En Francia, muchos sacerdotes fueron encarcelados. En 1942, el P. François fue nombrado Párroco de la Parroquia de San Víctor, en Verdún. Una ciudad importante y una Parroquia populosa: sus responsabilidades se multiplicaban, pero el P. François seguía prestando una atención muy especial a los enfermos, tal como había aprendido del propio Jesucristo.

      Las circunstancias obligaron entonces al P. François a tener que asumir también la capellanía del Hospital de Verdún, que había quedado vacante. Pero esto le llevaba mucho tiempo y no podía ya atender él mismo a los enfermos de su Parroquia como lo hacía hasta entonces. No tuvo más remedio que encomendar esa misión a algunos de sus feligreses. Y, pensando que cuando comenzó esa labor de visitar enfermos él mismo estaba muy enfermo, e inspirándose al mismo tiempo en un mensaje del entonces Papa Pío XI («Los apóstoles de los obreros deben ser los propios obreros»), al P. François se le ocurrió que nadie mejor que un enfermo podía servir para visitar a otro enfermo.

      Así surgió el milagro: de nuevo, los que estaban marginados y arrinconados como inútiles y sólo dignos de compasión se convertían en personas activas, responsables, protagonistas de su propia existencia y capaces, no sólo de hacer muchas cosas, sino, lo que es mucho más importante, capaces de dar y de recibir amor. Los enfermos e "inválidos" volvían a ser personas y se ayudaban los unos a los otros a serlo cada día más y a sentirse como tales, como los demás, hijos del mismo Dios y hermanos en Cristo.

      Fue tal el éxito de esta originaria misión fraterna, y tan grande el entusiasmo que despertó, que el ejemplo cundió y el movimiento se extendió muy rápidamente, casi como había sucedido diecinueve siglos antes con la noticia de la resurrección de Jesucristo nuestro Señor. Parecía como si la Buena Nueva acabara de entrar en el mundo de los enfermos y minusválidos. Ya en 1945, se reunieron muchos de ellos de toda la Diócesis y decidieron constituirse en Movimiento y llamarse "Fraternidad de personas enfermas y minusválidas".

       Ya había llegado la fama de esta Fraternidad a tres Continentes, siempre tras el liderazgo discreto pero eficaz del P. François, cuando, en 1964, la Fraternidad fue reconocida pública y oficialmente por el Episcopado de Francia como Movimiento nacional de apostolado, y el P. François fue nombrado Consiliario Nacional de la Fraternidad de Francia. Pero ya en 1960, en el Comité Federal de Oray, se había proclamado el nacimiento de la Fraternidad Internacional. Siguieron varios Comités y Congresos internacionales, cada vez con mayor extensión: Bury (1960), Treveris (1961), Barcelona (1965), Estrasburgo (1966)... En 1972 se organizó un Congreso internacional muy especial, en Roma, con audiencia papal incluida. El entonces Papa Pablo VI, maravillado por la multitud de sillas de ruedas y, contagiado por el entusiasmo fraterno, felicitó al P. François y le dio a toda la comitiva sus mejores bendiciones.

      La criatura fue creciendo y adquiriendo vida propia, para felicidad y satisfacción de su Fundador, el que dudaban si viviría para cantar misa, y que sin embargo llegó a celebrar su LX (60º) aniversario como sacerdote, y sin dejar nunca de su mano a la Fraternidad. Además de participar e intervenir en todos los Comités y Congresos que se celebraron en Francia y a nivel internacional mientras fue Consiliario Nacional de Francia (1945-1980), el P. François tenía por costumbre dirigir a todos los fraternos, como mínimo, un par de Mensajes cada año: uno por Pascua y otro por Navidad. Los mensajes que aquí hemos seleccionado son apenas unos pocos de éstos. No cabrían todos en esta página web.

      El Padre François tuvo que dejar el cargo de Consiliario Nacional de Francia en 1980, al perder de nuevo la salud. Padeció una grave crisis cardíaca que le dejó físicamente postrado, aunque más lúcido que nunca, hasta su muerte, que le llegó el 3 de febrero de 1986.

      Los que han tenido la gran suerte de conocer y tratar personalmente al P. François, lo describen como un hombre profundamente evangélico, enérgico y entusiasta pero sencillo y humilde, empapado del amor evangélico; claro y directo en su mensaje, cercano y entrañable en el trato; con un grandísimo corazón y con cierto sentido del humor.

      Monseñor Pierre Boyllon, que fue Obispo de Verdún, ha dicho del P. François lo siguiente: "Para quienes lo han conocido últimamente durante su vida y hasta en su larga agonía -sin querer ahora interferirme en las declaraciones del magisterio- fue lo que se llama un santo". Por su parte, Alfredo Martín Gallego resume toda su vida y personalidad en una frase que el propio P. François nos dejó en el que sería su último Mensaje de Pascua (de 1985): “Amar es estar vivo, amar es ser útil, amar es contagiar el amor”.



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