MENSAJES DEL PADRE FRANÇOIS

MENSAJES DE NAVIDAD:

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NAVIDAD 1948

LA MÚSICA DE NAVIDAD

DESDE NAVIDAD... SIEMPRE ES TIEMPO DE AMAR

         Hay en la Biblia un libro (el Eclesiastés) en el que su autor pasea sobre el mundo una mirada entristecida. Constata, con melancolía, un equilibrio entre los sufrimientos y alegrías humanas. He ahí un pasaje:

«Bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para morir y un tiempo para curar, un tiempo para destruir y un tiempo de construir, un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz».

         Es ésta una constatación de un mundo abandonado a las solas fuerzas del egoísmo. El débil sucumbe ante el fuerte; el sencillo es víctima del astuto. Es la ley de la naturaleza. Pero he ahí que los ángeles hacen sonar la música de la Navidad: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor". ¿Qué han venido a hacer? ¿A mecer nuestro sufrimiento durante algunos días? ¿A anestesiarnos para que perdamos conciencia de nuestros dolores? De esta manera, el sufrimiento será mucho más monótono, más terriblemente duro y punzante cuando vuelva a empezar... ¿Nuestra alegría de Navidad durará sólo el tiempo de ver secarse el abeto, de acabarse las velas encendidas, de oscurecerse los cabellos de ángel y las bolas multicolores?

         - ¡No, mil veces no!

         La música de Navidad viene a transformar nuestra condición humana, viene a poner a «Dios con nosotros». Y, para quienes se dejan influenciar, el texto del autor antiguo ya no tiene sentido: La vida humana pierde tal alternativa desesperante. Siempre es el tiempo «para curar», «para construir», «para amar», «para la paz».

         Siempre es tiempo para curar. Puede que el cuerpo esté enfermo, pero el espíritu irradia salud, esa salud fuerte que da confianza: las fuerzas malignas no la vencerán.

         Siempre es tiempo para construir. Con Cristo el tiempo de la ruina (del pecado) ha terminado para nuestro espíritu. El alma edifica sobre sí misma las más bellas virtudes.

         Siempre es tiempo de amar. El carácter agrio, los celos, las rencillas para con nuestros hermanos quedan destruidas. Ahora, el amor reina a tope. La frialdad, el abandono no pueden apagar esta llama de amor que abrasa el alma.

         Siempre es tiempo para la paz: curar, construir, amar no pueden sino implantar la paz. Ya puede rugir la tempestad, ya pueden aullar las bestias salvajes, ya puede rugir el infierno: la música de los ángeles ha cautivado a este hombre; él cree en Cristo y en su Mensaje; hay en él un germen de eternidad.

         Y este hombre, este verdadero cristiano se pone a tararear, luego a cantar, más tarde a proclamar la música celestial. A su vez, se convierte en músico de Dios entre sus prójimos.


         ¡Hermanos míos, cantad conmigo: «Gloria a Dios... saboread conmigo la paz prometida a los hombres humildes y de recta voluntad»! ¡Hermanos míos! venid conmigo al pesebre de Jesús y comprenderéis que ya ha llegado el tiempo de siempre amar.


         Escuchando su canto, he aquí que los limitados en su vida se abren al servicio; he aquí que los ciegos empiezan a ver algo; he aquí que los que sienten odio ven desarrollarse en ellos el amor; he aquí que los desunidos van a fundir sus corazones; he aquí que los desesperados renacen a la confianza.


         Queridos enfermos, vivid la Navidad. Vividla en plenitud.


         Siempre es tiempo de curar a vuestros hermanos, de reconstruir las ruinas, de sembrar el amor y la paz.


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NAVIDAD 1949

LAS RIQUEZAS DE BELÉN

         Es un tema habitual en los predicadores el evocar la pobreza de Belén. El establo era una simple sinuosidad de una roca; las telas de araña y la mojada paja hacían de ornamentación; en lugar de mobiliario, unas tablas de escabel y un pesebre... una lámpara de aceite dispensaba sobre el lugar su pálida penumbra. Un joven matrimonio se ha refugiado allí con su pequeño asno. Un niño acaba de nacer en estas tristes circunstancias.

         ¿Todo es pobre? ¡No! Reflexionemos un poco y no tardaremos en ver aparecer, bajo esa máscara de pobreza, la gran riqueza del acontecimiento. Todos los que entran en este establo son o se convierten en portadores de amor hacia los demás. El maestro de coro está allí: el niño Jesús. Ha bajado del cielo para traernos su amor infinito. La mejor de las alumnas está allí: la Virgen Santa, y San José no desdice del conjunto.

         Todos los que entran allí -primero, los pastores; después los vecinos y las comadres, más tarde los Magos de Oriente- no quedan solamente en presencia de este trío de amor, sino que también ellos se enriquecen de amor hacia Dios y los unos hacia los otros. Se agasajan no queriendo pisotear al otro para llegar más cerca. Las riñas se apaciguan: aquí, hay reconciliación. Y uno vuelve rico de amor; las mujeres de estos pastores y el personal de estos Magos quedan fuertemente sorprendidos al ver cómo unos pocos instantes pasados en el establo han podido mejorar a estos hombres.

         Y yo pienso en todos vosotros, queridos amigos enfermos y minusválidos, que vivís también en Belén.

         ¡Enfermos de los sanatorios y hospitales!, hasta vosotros llega la pobreza... estáis bajo el techo de todos; vuestro mobiliario, por moderno que pueda ser, es el de todo el mundo. Esa no es «vuestra» cama; la que estáis usando hoy servirá para otro mañana. Estáis viviendo en la pobreza.

         Vosotros, enfermos que permanecéis en vuestra casa, conocéis una buena parte de la dureza de la vida. Un enfermo es a menudo pobre, pues sus facultades de trabajo están disminuidas.

         Incluso si vivís en cierta comodidad, la pobreza estará en vuestros regímenes alimenticios, en las dificultades de desplazamiento, en la sumisión a muchas normas.

         «Pobres» y «enfermos» son dos palabras unidas con demasiada facilidad. Pobres enfermos, sed ricos en amor hacia Dios y hacia los otros. Amad a los demás antes de que ellos os amen; amadles cuando esperáis el amor como recompensa y cuando adivináis la indiferencia. Amadles cuando os impulse la simpatía y también cuando ello os resulte más difícil.

         Conseguiréis así una gran riqueza y habréis estado verdaderamente en el portal del niño Jesús. Este don de sí mismo a los demás no puede aprenderse en otro sitio que en el desinterés y en la fidelidad. Puede que oigáis a vuestros amigos o a algunos que pasan decir de vosotros: «pobre enfermo». Reiréis ante estas palabras y diréis en vuestro interior: «¡cuánta riqueza poseo! ¡Tengo el único bien que vale la pena desear, consecuencia del amor a Dios: tengo amor a mis hermanos!».

         La Fraternidad de enfermos no tiene sentido sino como medio de hacer pasar en vosotros esa gran corriente de amor que nace en Belén... Aquellos y aquellas, sacerdotes y seglares que han lanzado el Movimiento, os aseguran, en esta Navidad de 1949, que su corazón está unido al vuestro y os desean un feliz año.

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NAVIDAD 1950

MAGOS DE HOY

         He recibido la visita de un ángel. Estaba encargado de hacerme llegar una noticia extraña. Jesús había decidido renovar aquí y este año, el misterio de Navidad. Quería volver visiblemente a esta tierra, durante unos instantes, en esta noche santa, como recién nacido, en compañía de María y de José. Los tres irían a la moda actual y el ángel me pedía encontrarles aquí mismo una morada adaptada y unos visitantes parecidos a aquellos de Belén. El Salvador quería ver si encontraba, en nuestro tiempo considerado tan malo, unos cuantos corazones fervientes para acogerle.

         Heme aquí intentando cumplir bien mi misión. No he encontrado ni corral ni cueva; pero, después de todo, puesto que Jesús se está modernizando, que lo haga él. Yo tengo un garaje que le puedo ofrecer. En lugar de paja más o menos humedecida, tendrá un charco de aceite de motor y, en lugar de un pesebre, se le preparará una cuna adaptada y elástica con viejos neumáticos.

         Fue fácil encontrar a los pastores: no faltaban gentes buenas y sencillas de la calle, felices de recibir el mensaje de paz.

         Lo que más me incomodaba era encontrar los Reyes Magos. ¡Reyes! Es una profesión muy rara en nuestros días. Es muy difícil encontrar esos reyes que nos muestran en cuadros: reyes fastuosos, venidos sobre majestuosos camellos, reyes cargados de regalos raros y preciosos. Hoy tenemos reyes del petróleo, del acero... pero estoy seguro, nunca querrán venir. Me siento desarmado y voy errante por la ciudad, buscando una inspiración.

         Paso ante una casa modesta y oigo, desde la cocina, una voz de hombre que canta una canción realmente preciosa. Echo una mirada curiosa y me paro emocionado. Un ciego trabaja encordando una silla: sus dedos discurren ágiles y rápidamente las pajas se ordenan en el cuadro. Está enfermo y canta. Entablamos pronto conversación y descubro que trabaja para hacer vivir a su familia y que desde que está enfermo, siempre ha hecho frente con coraje confiando en la providencia.

         ¡Qué carácter tan noble! He encontrado ya a mi primer mago. Irá a llevarle a Jesús el homenaje de su vida.

         Sigo mi camino y pronto encuentro una mujer con ojos enrojecidos por las lágrimas. Me paro y me informo de la causa de su desgracia. Ella me cuenta su infortunio: su hijo mayor, enfermo de tuberculosis ya largos meses, ha visto agravarse su mal implacablemente. El médico sale de la casa y no oculta que la ciencia resulta impotente. Lleno de compasión, pido poder ver al enfermo y me encuentro con un joven de rostro irradiante de luz: su espíritu prisionero en un cuerpo agotado desborda vida. Está más lleno de vida que muchas personas sanas apagadas y mediocres. Tiene tanta vitalidad porque todo lo ha ofrecido a Dios.

         Este es mi segundo rey mago. También él irá a encontrar a Jesús.

         Me vuelvo al bulevar y se me cruza una silla de ruedas. El enfermo que la ocupa, afectado de grave polio en sus piernas, conduce a grandes tirones el manillar. Está sudando sobre la calzada ligeramente en pendiente, sus músculos están tensos por el esfuerzo, pues lleva prisa. Le pregunto a dónde va... Va hacia otros enfermos que tienen necesidad de su corazón fraternal. Va a llevarles el mensaje del amor de Cristo.

         Le pido que dé media vuelta, feliz de tener en fin mi tercer rey Mago.

         Aquí estamos los cuatro en la puerta del garaje. Ha llegado también la Sagrada Familia. Los ángeles han hecho su llamada y son numerosos los sencillos que reemplazan a los pastores de Belén. Allí están mudos de emoción, intentando una plegaria al niño Dios descendido de nuevo en medio de ellos.


         A mi llegada, San José, sentado en un cántaro vacío, se ha levantado. Abre un pasadizo a quienes yo introduzco y anuncio con toda la majestad de un jefe de protocolo: los Reyes Magos...


         Todas las cabezas se vuelven hacia la entrada y puede leerse la satisfacción en todos los rostros.


         El ciego con su bastón blanco, el tuberculoso llevado sobre su litera por dos vecinos, el poliomielítico en su silla de ruedas... ¡Son Reyes!


         Avanzan con mayor dignidad que los príncipes de este mundo. Avanzan y, en las manos del ciego postrado ante Jesús, veo humear el incienso de su alegre canto.


         En las manos del tuberculoso veo temblar el perfume de su vida ofrecida, pero pronto el frasco cae en tierra, se rompe y perfuma todo el garaje. En las manos del poliomielítico veo abierto el pequeño cofre donde brilla el oro de su amor hacia los demás.


         Jesús sonríe y bendice. La Virgen Santa me dice: «muy bien, hijo mío, has encontrado tres Reyes Magos que equivalen a los de Belén».


* * *


         Mi cuento de Navidad ha terminado. Lo habéis leído con atención, queridos enfermos, y habéis entendido su sentido. Cada uno de vosotros puede ser ese rey que lleva a Jesús regalos tan importantes. Seguid la pendiente de vuestro corazón y la gracia que os impulsa. Si así satisfacéis al Salvador, el mensaje navideño de la paz llegará profundamente hasta vosotros.


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NAVIDAD 1951

JESUCRISTO AYER Y HOY

         Están allí, en el establo. Han venido muchos junto a la cuna de Jesús. Así es, tras los pastores y los magos, ¡cuánta gente de Belén ha venido a verlo! Y, ¿qué reciben de él? ¿Una enseñanza oral? Ciertamente no. ¿Una mirada? ¿Una sonrisa? Podemos pensarlo, pero no es seguro; pues él ha tomado tan bien nuestra condición humana que, sin duda, ha querido ser un verdadero recién nacido que ni mira ni sonríe.

         Y, sin embargo, miradlos; esos visitantes del pesebre se van de allí felices, reconfortados, encantados. Se ve en su rostro y, cuando regresan a su casa, enseguida les preguntan: ¿Qué te pasa? ¿Qué te ha ocurrido? «He visto al Mesías». ¿Y cómo es ese espléndido espectáculo? «Nada de extraordinario». ¿Y qué te ha dicho? «Nada, ni siquiera me ha mirado».

         ¿Entonces...? Esto es lo que pasó: Estaban todos entre la niebla y, de repente, se rasgó la oscuridad y vieron el sol. Y se impregnaron de claridad. Tenían frío y de repente tuvieron calor. Y todo ello no se veía por los sentidos, sino que se experimentaba... Era algo penetrante, como los rayos del radio.

         Vosotros decís: Felices, mil veces felices los que se encontraron bajo esta influencia de Navidad.

         Y yo os digo a todos, queridos enfermos y minusválidos: Cristo era así ayer, pero es igual hoy.

         Aquellos a los que se les ha arrebatado a Cristo, esos supuestos liberados, no entienden nada. Pobres enfermos ateridos de frío en plena noche helada; Navidad para ellos no es más que una bella leyenda: Niño Jesús o Papá Noel, según el gusto de cada uno; Navidad, fiesta del abeto, símbolo de la vida de la naturaleza bajo la escarcha de diciembre.

         Aquellos para los que Navidad es un recuerdo, pero no una presencia, entienden muy poco. Cristo fue Salvador, pero ¿lo sigue siendo para ellos?

         ¡Oh, queridos enfermos!

         ¡Oh, queridos enfermos! En esta fiesta de Navidad, experimentad que Cristo está hoy aquí. No lo veréis con los ojos del cuerpo. Es la noche de la fe, pero una noche sembrada de estrellas, señales resplandecientes, palpitantes de vida en medio del firmamento. Es la noche de la «oscura claridad», como dice el poeta. Oscura y clara a la vez. Es la noche cálida de un sol que no está lejos.

         Venid pues con Jesús, vosotros, los que estáis acostados, los mutilados, los debilitados, y seréis más libres, más felices y sentiréis más paz que nadie. Esto será, hoy, la Navidad.

         Mi deseo...

         Que el Señor esté con cada uno de vosotros, es lo que yo deseo; pero también deseo que se quede siempre con vosotros, colectivamente unidos en la gran Fraternidad de los enfermos.

         El destello de Fraternidad.

         Desde siempre sentimos su presencia. El es quien hizo saltar el primer destello de la Fraternidad, pues todo lo que es beneficioso viene de El y únicamente de El. Y rápidamente se encendió una hoguera. Fue como un gran incendio en el bosque. La materia combustible estaba preparada para prenderse y fueron millares los enfermos conquistados para nuestra bella amistad. Y después, varios haces de destellos fueron llevados por el viento a todos los lugares y vimos encenderse otras hogueras muy lejos del lugar de origen; y, poco a poco, esas hogueras fueron uniéndose y todo estaba ya prendido. Una llama inmensa subía hasta el Cielo iluminado y calentando toda la región.

         Yo he venido a traer fuego a la tierra.

         No penséis que me dejo llevar por sueños... pero nos es permitido albergar grandes esperanzas sobre el desarrollo de la Fraternidad. Por lo demás, ¿todo lo que acabo de escribir no está acaso en las líneas del Evangelio? Jesús dijo: «Yo he venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué otra cosa puedo querer sino que alumbre?».

         También en esto, Cristo es el mismo hoy que ayer y es esto lo que aviva nuestra confianza.

         Pero ello no nos dispensa de dedicarnos cada uno a nuestra tarea. Sed fraternos en todas las circunstancias, ya que cada uno es constructor de la Fraternidad. Esta no se crea ni se anima por unos pocos «líderes» quedando para los otros la misión de permanecer pasivos. La Fraternidad se construye continuamente por el conjunto de enfermos. Y así como el bien no se queda encerrado entre fronteras, la Fraternidad debe irradiar y alcanzar a todos los hombres de bien entre los cuales vivís.

         ¿Llegaremos a poder decir que la Fraternidad Católica de Enfermos hará que todos los hombres se amen? En todo caso, contribuirá a ello.

         La Navidad es tan magnífica que nos arrastra a estas perspectivas. Puesto que Cristo, presente entre nosotros tanto ayer como hoy, se servirá siempre de los minusválidos para hacer grandes cosas.

         ¡Adelante, hacia un buen año!

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NAVIDAD 1952

TESTIMONIO DE FRATERNIDAD

GUARDAD UN PEQUEÑO ESPACIO EN VUESTRO INTERIOR PARA DIOS QUE PASA

         Cierra bien la puerta.

         Ha sido un bello día de invierno, pero ahora que el sol se ha puesto, no hace calor en Belén y ese suave viento frío que sopla desde las montañas de Judea penetra hasta la médula.

         Queda todavía alguna compra que hacer, pero rápidamente, para regresar al hogar, donde arde el fuego. El albergue está lleno. ¡ Ah, sí! Ya sé: ha llegado el empadronador con su séquito. Beben y alborotan. El dueño está contento, su casa está llena: desde la primera planta hasta la cuadra, bestias y gente se amontonan.

         Se está bien en la propia casa.

         Y ahora, acabo de llegar. Mujer, se está bien aquí. Tu sopa embalsama. ¿Has echado el cerrojo a la puerta del granero? Y las persianas, ¿están bien cerradas? Bien, pues; cerrará la puerta con dos vueltas. ¡Qué bien se está en casa!

         ¿Llaman?

         ¿Llaman? No, es el viento. ¡Que sí! Están llamando. Ve a ver. ¿Quién es? ¿Forasteros en Belén que buscan alojamiento? Supongo que les habrás dicho que no hay sitio. ¿Que se conformarían con el heno del granero? No, no. ¿Y si encienden fuego? ¿Que la mujer dice que está a punto de dar a luz? Razón de más. No quiero complicaciones. ¿A quién se le ocurre pasearse por ahí en semejante estado? ¿No han insistido? ¿Ya se han ido? ¡Mejor!

         Quizá debíamos haberles acogido...

         ¿Que quizá debíamos haberles acogido? No bromees. Ya sabes que soy muy generoso. El último sábado el jefe de la sinagoga alabó una vez más mi generosidad. Pero no se puede acoger a cualquiera...

         Honorable judío de Belén: es al Hijo de Dios y a su madre a quienes has rechazado acoger.


         La lección del Evangelio.


         ¿Cómo es posible que todos los hechos del Evangelio puedan ser transplantados a la actualidad? Es fácil de comprender. Cristo tomó la condición humana en toda su realidad y en lo que ésta comporta de más simple y humilde. En el momento de su nacimiento, encontramos una madre fatigada de llevarlo, un pesebre y unos pañales. Viene a salvar a los hombres haciéndose hombre verdadero. Y después los mismos sentimientos se encuentran en el hombre a través de los siglos y en todas las razas. Sigue siendo verdad que el corazón del hombre se inclina hacia el egoísmo.


         Por eso seguimos encontrando lecciones en el Evangelio. Y en este instante nos urge a abrir de par en par nuestras puertas a los demás. Y cuando escribo estas palabras, pienso en los miles de enfermos y minusválidos que las leerán y en algunos que pensarán: «Yo no puedo e incluso no debo». No debo porque soy contagioso y vivo en el aislamiento casi completo. No debo porque a la mínima visita me sube la fiebre y el médico clausura mi puerta. Decís que abra mi puerta pero no debo abrirla.


         Junto a esos minusválidos, que son una minoría, ¡cuántos otros pueden y deben abrir de par en par su puerta! No hay excusas que valgan y, si no lo hacen, que se remonten a los orígenes... y verán la fuente envenenada por el egoísmo. No molestarse, organizarse la vida para no tener estorbos... y creer que la enfermedad justifica plenamente el recogerse en sí mismo. ¡Aire! ¡Aire amigos míos! Huele mucho a cerrado y a moho en vuestra habitación.


         A Juana, que necesitaba que le escribiérais una carta; a la pequeña Susana, que os pedía que le reparárais su muñeca; al viejo padre Francisco, que venía a estar de palique con vosotros para entretenerse; a la señora Enriqueta, que estaba inquieta por su bebé; a la vieja Marcela, que lloraba porque su enamorado la había abandonado; a Rogelio, que tenía problemas en la fábrica. He visto también al lugarteniente que lucha en Indochina, y lo que le decíais en voz baja lo reconfortaba.


         Y he visto finalmente al Santo Padre, Pío XII, que os agradecía tanto sufrimiento ofrendado por él.


         Y ninguno de ellos se presentaba solo ante vosotros. Todos llevaban, todos os presentaban al pequeño Niño del pesebre, a Jesús.


         «Lo que hacéis al más pequeño de los míos, a mí me lo hacéis».


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NAVIDAD 1953

EL QUE HACE ABRIRSE LA FLOR, LO HACE CON GRAN SENCILLEZ

LA FRATERNIDAD DIRIGE SU MENSAJE DE NAVIDAD A TODOS LOS ENFERMOS Y MINUSVALIDOS

         La Fraternidad Católica de Enfermos quiere que, partiendo de su núcleo, su mensaje llegue hasta la multitud de aquellos que sufren. Se dirige, pues, a todos vosotros, queridos enfermos, que os encontráis en los lugares más diversos, desde los pueblecitos aislados hasta la capital, desde la habitación estrecha y sombría, hasta la inmensa sala de hospital.

         Este mensaje va hacia vosotros, personas de condiciones sociales muy diferentes pero de condiciones de vida idénticas a causa de la enfermedad.

         Este mensaje va hacia vosotros, postrados por las enfermedades más variadas, por aquellas incluso ante las cuales la medicina se muestra impotente.

         Comprended que formáis una gran familia cuyo lazo de unión es la Fraternidad. He aquí la palabra que atrae, porque encierra una idea maravillosa, y que hace desconfiar porque uno se pregunta si será verdad. ¡Y es tan conveniente en estas fechas de Navidad!

         Navidad fue el día en que el Hijo de Dios vino fraternamente a este mundo; y no podemos poner esto en duda puesto que Él quiere que llamemos Padre nuestro a su Padre. Es, pues, como un hermano, como Él quiere vivir con nosotros.

         Un hermano que toma verdaderamente nuestra condición y, de entrada, toma la más humilde, la que toma una mayoría de personas; y tiene razón, porque los grandes, los ricos, podrán perfectamente, si quieren, hacerse pobres y pequeños, mientras que por el contrario los pobres y pequeños, por mucho que lo quisieran, no podrían llegar a ser ricos y grandes.

         Un hermano que remarca su preferencia por los enfermos de alma o de cuerpo o de ambos a la vez, puesto que Él viene a darse y no se puede dar más que a aquel a quien le falta algo: los hartos, los satisfechos nada pueden desear.

         Cristo viene a nosotros como hermano. Alegrémonos. Es Navidad. Pero también viene a enseñarnos a vivir entre nosotros como hermanos.

         ¡Cuidémonos mucho de contentarnos con una Fraternidad de pacotilla! Con una Fraternidad que cree haber cumplido con una palabra agradable, con un pequeño regalo, pero que no llega hasta la simpatía, es decir, hasta sentir con el otro, compartir con él sus alegrías y sus penas.

         Es necesario que nuestra Fraternidad sea verdadera y lo será si es sencilla. El hindú TAGORE me servirá para ilustrar mi pensamiento:

         El enfermo es demasiado a menudo un capullo que tarda en abrirse y espera nuestra llegada.

         «El que hace abrirse la flor, lo hace con gran sencillez, le dirige una mirada y la savia sube por sus venas.

         ¡Una palabra de aliento! La flor abre sus alas y se balancea al viento. Su color brota como un deseo del corazón.

         Y su perfume se descubre como un secreto de amor.

         El que hace abrirse la flor, lo hace con gran sencillez».

         La Fraternidad Católica de Enfermos no tiene otra razón de existir que ésta: hacer que se abran los capullos de flores bajo el aliento cálido de una Fraternidad verdadera, profunda, efectiva y, por eso mismo, incluso eficaz.

         Hablando sin imágenes, los enfermos ¿se han sentido más felices gracias a la Fraternidad? ¿Han contemplado la vida con más confianza? ¿Han extraído de sí mismos realizaciones espirituales insospechadas? Si es así la Fraternidad ha cumplido perfectamente su función y merece desarrollarse.

         Acogedla con alegría. No seáis sólo aprovechados de la Fraternidad, sino donantes de la Fraternidad. Mirad ahora a vuestro alrededor, ved cuántos enfermos ignoran lo que vosotros sabéis, no tienen lo que vosotros habéis descubierto, id hacia ellos y transmitid la Fraternidad. Esta será la mejor manera de desarrollarla en vosotros y de gozarla. Si os acusan de formar un mundo aparte de los sanos, responded con hechos, mostrad que la Fraternidad es expansiva. Tenderéis la mano a todos aquellos que quieren ser fraternos, haréis un bloque con ellos y, juntos, seréis la semilla que hará renacer este mundo aplastado por el odio.

         ¡Feliz Navidad 1953! ¡Año Santo Mariano 1954!

         No resistimos el deseo de transcribir a continuación la poesía completa de Tagore:

         «¡No, no serás tú quien harás que el capullo se convierta en flor! ¡Sacude! ¡Golpea! No está en tu poder hacer de él una flor.

         ¡Tus manos lo ajarán! Tú arrancarás sus pétalos y los lanzarás a la polvareda, pero tú no expandirás ni su color ni su perfume.

         El que hace abrirse la flor, lo hace con gran sencillez, le dirige una mirada y la savia sube por sus venas.

         ¡Una palabra de aliento! La flor abre sus alas y se balancea al viento. Su color brota como un deseo del corazón.

         Su perfume se descubre como un secreto de amor.

         El que hace abrirse la flor, lo hace con gran sencillez».

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NAVIDAD 1954

¿HAY QUE PONER GUERRA... O PAZ SOBRE LA TIERRA?

* Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
* He venido a la tierra a traer guerra.

         Queridos amigos:

         La Fraternidad Católica de Enfermos llega hasta vosotros en este tiempo de Navidad para ofreceros sus mejores deseos, para aseguraros que tiene intención de desarrollar, sin descanso, el gran movimiento fraterno que ha expandido entre la masa de enfermos y minusválidos.

         Si por la Fraternidad habéis sido más felices, de vivir más unidos, si por ella habéis gozado de algún buen momento, si por ella os habéis desarrollado, acordáos de que muchos enfermos esperan esos mismos beneficios. ¿Quién se los dará? En primer lugar vosotros. Ciertamente vosotros tenéis algo que hacer.

         Si os pedimos que actuéis, no es para alinear efectivos impresionantes, la Fraternidad Católica de Enfermos no es una asociación que agrupe elementos, sino que se considera satisfecha si ayuda a extender la fraternidad (sin F mayúscula).

         Feliz Navidad, queridos enfermos. En plena época de mal tiempo, cuando lluvia, frío y noche nos inmovilizan más aún en casa y nos hacen desear la vuelta de la primavera, Navidad luce para todos como un día de fiesta.

         Navidad nos recuerda el nacimiento del que fue anunciado como «Príncipe de la Paz» del que fue proclamado por los ángeles como «Pacificador». «Y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».

         El vino a traer la paz, esto se dice claramente. Pero, ¿acaso no dijo también: «he venido a la tierra a traer guerra?»... ¿Paz o guerra en la tierra? Dos ideas que parecen contradictorias. La primera palabra evoca un bello paisaje en un tranquilo atardecer; la segunda, un incendio que devora un bosque de pinos. Extender la paz sobre la tierra, consumir la tierra con el fuego. ¿Cómo podemos decir que Cristo viniera a realizar a la vez estas dos obras?

         Cristo viene a nosotros como hermano. Alegrémonos. Es Navidad. Pero también viene a enseñarnos a vivir entre nosotros como hermanos.

         La solución es simple: la paz se establecerá entre los hombres por medio del fuego de la Caridad. Los individuos y las naciones no encontrarán la paz más que poniendo en práctica la gran ley de Cristo: «amaos los unos a los otros». Es decir, viviendo como hermanos, no teóricamente, llenándose la boca con bellas palabras, sino en la práctica, dándose a los otros con fuego.

         Hagamos una comparación: la llama de una vela es muy poco segura, hay que tomar precauciones para que no se apague, incluso para que no vacile, para que no tiemble. Además, hace poca luz.

         Es la imagen de una paz precaria basada en el egoísmo. Queremos a toda costa deshacernos de todo aquello que nos molesta, no nos atrevemos a nada para conseguir la paz y ¡qué paz más frágil! Los que viven así, y son muchos, jamás están satisfechos, jamás están serenos .

         Ved cómo un escritor se burla de ellos con humor:

         «Su sueño es retirarse después de una vida mediocre a un rincón tranquilito, en una pequeña parcela de su propiedad, con su mujercita que, contentándose con vestiditos no muy caros, les preparará cuidadosamente buenas comiditas y sabrá, cuando haga falta, recibir gentilmente a los amigos para echar una partidita de cartas» (Pierre Daninos: «Los carnets del mayor Thompson», p. 22).

         Volvamos a la imagen del fuego y después de haber comparado la falsa paz con la llama vacilante de una vela, contemplemos la luz eléctrica. Entre las dos varillas de carbono surge un arco resplandeciente capaz de guiar a los navegantes, un arco vivo capaz de fundir los metales más duros; pero, observadlo bien, surge firme, nítido... En definitiva pacífico en su intensidad.

         Así es la verdadera paz, surgida de la puesta en práctica de la verdadera Fraternidad. El hombre se olvida a sí mismo para pensar en los demás y entre ellos se establece el arco luminoso de la paz. Dos naciones acuerdan hacerse concesiones mutuas y una corriente fraterna se establece entre ellas, se ha sellado la verdadera paz.

         Vivid, pues, apasionadamente vuestra Fraternidad, queridos enfermos. Vividla no sólo entre vosotros, sino también entre todos aquellos que os rodean: padres, amigos, médicos y enfermeros y, de pacificados, os convertiréis en pacificadores. Pues la paz es contagiosa.

         Aparece un gran minusválido, y un rayo de serenidad surge de él.

         Recibe una visita un gran cardíaco, y el amigo que ha venido a verle, al marcharse ya no sabe si ha venido a dar o a recibir, de tal manera sale reconfortado.

         En su familia, en la sala del hospital, en el jardín donde descansa, en la terraza donde hace su cura... a todos los sitios el enfermo que posee el potencial de paz, lleva la paz.

         ¿Dónde acaba este resplandor? ¿En las personas a las que llega físicamente el enfermo? ¡Vamos, anda! Sería muy poco: el enfermo se convierte en un «pacificador mundial».

         El creía que, siendo pequeño, no podía ejercer más que una microinfluencia, una microacción.

         Que comprenda que su fidelidad en el seguimiento de la ley de Cristo y en un seguimiento como enfermo, le confiere, más que a nadie, una acción mundial.

         Si todos los enfermos del mundo empezaran a vivir fraternamente ¡qué río de paz harían fluir a través del mundo!

         Queridos enfermos, la paz de Cristo debe ser llevada al mundo por vosotros...

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NAVIDAD 1955

SI CADA UNO BARRE ANTE SU PUERTA, LA CALLE ESTARÁ LIMPIA...

         «Y por nosotros los hombres. el Hijo de Dios se hizo hombre». Treinta y tres años de vida terrena. Y de ellos, treinta sin vida pública.

         Su nacimiento no pasó desapercibido: aparición de los ángeles a los pastores, estrella milagrosa que guía a los Magos..., pero se apaga rápidamente la repercusión que podría tener.

         Es un niño pequeño, débil (se ha salvado cuando se le perseguía). Vive en casa del carpintero José, en Nazaret. Él es uno más de la tropa, sin graduación, un número más para el recaudador.

         ¡Que hable pues ese niño! ¡Que se muestre ese adolescente! Y lo hace a los doce años, cuando durante tres días discute en el templo de Jerusalén con los doctores.

         Un breve relámpago y regresa a Nazaret.

         ¿Por qué ese silencio interminable?

         Para enseñarnos que la eficacia de una vida no se basa en una acción deslumbrante, visible. Todo fue eficaz, ni un instante perdido para la salvación del mundo.

         ¡Qué ejemplo para nuestra época de publicidad a bombo y platillos!
Parece que los humildes no sirvan para nada, y aún menos los enfermos y los minusválidos.
Están fuera de las candilejas, están apartados del circuito.

         «Nos habéis abierto un mundo extraño», decía una persona al salir de una conferencia sobre la Fraternidad, como si dijera que había hecho una excursión a Marte.

         Y, sin embargo, todos vosotros que estáis enfermos os dais cuenta, como todo el mundo, que aquí abajo reina el egoísmo, el odio, y todo ello engendra miedo... es desagradable ver lo que vemos.

         Pues bien, yo os digo a todos, enfermos y minusválidos: es falso decir que no podéis hacer nada.

         «Si cada uno barre ante su puerta, la calle estará limpia». Si uno de vosotros es fraterno, está saneando ante su puerta, hace realmente, eficazmente, algo positivo.

         Incita a su vecino a que haga lo mismo, y es así como se extiende un buen contagio.

         Y si formamos un buen equipo para trabajar, entonces ya no se trata de una serie de acciones fraternas independientes, sino que nace una Fraternidad, la Fraternidad. La que vosotros conocéis, la que vosotros amáis. La que, porque ha tomado su impulso del ejemplo y de la fuerza de Cristo, se llama:

         FRATERNIDAD CATÓLICA DE ENFERMOS

         1945-1956. Pronto hará once años a lo largo de los cuales un número cada vez mayor de personas ha ido dando ligeros barridos al sucio egoísmo, al inmundo «todo para mí».

         Nos hemos organizado en veinte diócesis para este trabajo. En otras dieciséis empezamos a avanzar. Y son los enfermos y minusválidos quienes lo han hecho.

         Ellos han arrastrado con su ejemplo a muchos sanos.

         Ellos no son los únicos.

         Ellos no tienen el monopolio.

         Ellos no han sido los primeros en tener la idea.

         Además, quieren unirse a los que piensan como ellos.

         Con la mano tendida, en una colaboración leal.

         Se unirán con todos aquellos que quieren una Fraternidad basada en Cristo.

         Y así haremos un mundo mejor.

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NAVIDAD 1956

SI TODOS LOS ENFERMOS Y MINUSVALIDOS DEL MUNDO QUISIERAN DARSE LA MANO

         «Habría tal "BOUM" en el mundo... los enfermos traerían la PAZ a la tierra. Sería una revolución... y algo magnífico».

         Cuando visito un pesebre me ocurre que veo a muchos personajes, «figuritas», que llevan alguna cosa: el ama de casa, su cántaro de leche; el pastor, su cordero; el panadero, su pan; hasta los grandes Magos con sus preciosos presentes, oro, incienso y mirra. Entre ellos, me gusta imaginar uno que no ofrece nada y que es minusválido.

         ¿Por qué no tiene nada? ¿Porque es más pobre que los otros? No, sino porque no ha pensado en ello. El ha oído decir... se ha apresurado... quería ver... y nada más.

         Pero también él, como los demás, ha sido atrapado por esa gracia divina que llena el establo, donde no hay más que un pequeño en un pesebre. Gracias a él, reina un perfume de delicadeza, de buena armonía. No puede imaginarse a un visitante empujando a otro; no puede suponerse un intercambio de palabras mordaces. Después todos dirán y repetirán a porfía: «¡Qué bien se estaba allí! ¡Cómo nos queríamos todos allí!...»

         El Niño Jesús realizaba, sin decir nada, con su sola presencia, la fraternidad que venía a predicar a los hombres:

«Amaos los unos a los otros... ésta es mi señal».

         Sí, ellos estaban dispuestos a darse la mano y a vivir esta frase que ha tenido éxito:

«Si todos los niños del mundo quisieran darse la mano...»

         Y quizá, algunos días más tarde, ganados de nuevo por el ambiente, por las viejas costumbres, ya no volverán a pensar en darse la mano.

* * *

         Y pienso que con ocasión de la Navidad sería bello «si todos los enfermos y minusválidos del mundo quisieran darse la mano...». ¡Todos los enfermos y minusválidos! Que los hay... ¡Y cuántos!

         Para la mayoría de estos enfermos, Navidad será una fiesta. Hay que estar duramente lastimado en el alma por la enfermedad para no sentir la Navidad. Hay que estar muy vacío de todo espíritu cristiano para permanecer indiferente ante la Navidad.

         Es Navidad... El enfermo participa en un oficio religioso... está cerca de un modesto pesebre... oye en la radio algún villancico...

         En este momento cuántos enfermos excitados por una idea de esperanza y de amor sienten correr en sus venas un estremecimiento de fraternidad... «si todos los enfermos del mundo...

         Y después, terminados los oficios..., apagada ya la vela del pesebre, cerrado ya el aparato de radio..., uno regresa a su cama y vuelve a la vida de antes... Esta idea de fraternidad era una ilusión... era una estrella fugaz...

         ¿Y si esta idea «fugaz» se convirtiera en realidad?... ¿Y si se afianzara en el alma de muchos enfermos?

         Si muchos quisieran reconocer que tienen algo mejor que hacer que aislarse...

         Si muchos quisieran hacer de su vida una obra grande y fecunda...

         Si muchos quisieran hacer con todos los enfermos una familia en la que todos se amaran, en la que cada uno llevaría la pena del otro, en la que cada uno ayudara al otro a vivir mejor, a revivir...

         Si muchos quisieran vivir como hermanos para que un día todos los enfermos del mundo se den la mano...

         Pero, ¿por qué repetir «si muchos...», cuando ya hay muchos que se dan la mano y forman una gran familia por medio de la Fraternidad Católica de Enfermos? Vosotros lo sabéis perfectamente, vosotros que vivís en esta Fraternidad que se ríe de las barreras, y de los tipos de enfermedades y minusvalías, y de las clases, que se ríe de las fronteras ahora que se extiende por Bélgica y Suiza.

         ¡Ah! Si todos los enfermos del mundo quisieran la Fraternidad, ocurriría esto:

         En primer lugar, habría tal «BOUM» en el mundo que los enfermos aportarían a la tierra un valor inestimable: «LA PAZ».

         Sería la revolución... y algo magnífico.

* * *

         En este 40 aniversario de la batalla, no puedo dejar de pensar que la Fraternidad surgió de Verdún.

De esta tierra donde tantos muchachos del mundo se mataron entre sí,
De esta tierra que bebió sangre hasta emborracharse,
De esta tierra de matanza, pero también de heroísmo humano
puesto de manifiesto en los dos campos,
De esta tierra cementerio internacional.

Aquí, de estos cuerpos destrozados, aplastados, salió,
como de un abono sagrado,
No el odio,
Sino esa flor roja de la Caridad,
Bajo el signo de Cristo,
La Fraternidad mundial de los que sufren...
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NAVIDAD 1957

FIESTA DE LA ACOGIDA

         Los pastores llegan al pesebre. No son esperados, pues imagino que, no habiendo recibido ninguna revelación angélica, María y José piensan que van a pasar la noche en la intimidad. Y, ciertamente, no se quejan de ello: la compañía del Niño Jesús les basta.

         Pero de repente se oye un ruido de pasos. ¿Quién se acerca? José se ha levantado y se acerca a la puerta. Son pastores, pastores que han sido avisados por los ángeles. Quieren ver al pequeño Señor. José les acoge, los guía hasta el pesebre. Evidentemente, Jesús no los acoge ya que se encuentra, como todos los recién nacidos, durmiendo entre sus pañales. Pero María y José sí que los acogen.

         ¡Y qué acogida!... Los pastores son incorporados al instante a la familia del Salvador. Se sienten no como en una visita, sino como en su casa. Hablen mucho o poco, se queden poco tiempo o mucho, cuando se van abandonan a los suyos, salen de su casa y a todos van diciendo a porfía: «Id vosotros mismos» «Se está como en la propia casa», «Es la propia casa».

         Un Niño nos ha nacido, un niño de nuestra familia, nuestro Hermano...

* * *

         ¡El poder de la acogida! El valor del primer contacto de un hombre con otro.

         Muchas veces los he experimentado.

         Salgo de una gran estación, sumergido en la multitud anónima, y, bruscamente, una mirada me ha sobrecogido, un semblante sonriente me ha cautivado. Alguien ha venido a recibirme al final de mi viaje. Estoy cambiado, estoy feliz.

         Sufro en una cama del hospital: de repente, la puerta se abre, unos ojos buscan de cama en cama y se paran al verme... El rostro se ilumina... es mi amigo.

         ¿Acaso esta riqueza de la acogida no podría generalizarse: dejar de limitarse a un estrecho círculo de amigos, estallar ampliamente hacia todos? ¿Acaso, feliz como estoy de haber sido «el acogido», no podría convertirme yo en «el acogedor»?

         Estoy en un sanatorio y llega un nuevo enfermo. ¿Qué recibimiento le haré? Es un hermano que acaba de entrar. Alguien entra en mi casa, ¿qué recibimiento le haré?

* * *

         Así aparece la primera virtud de la acogida: su espontaneidad. El jugador de fútbol está siempre esperando el balón; yo también debo estar esperando al «otro» para que, de una sola vez, sin dudar, cada uno de mis hermanos sea el esperado, y no el tolerado, el inoportuno al que hay que aguantar.

         Esto supone una segunda cualidad de la acogida: el olvido de sí mismo. No hay dedicación instantánea al «otro» si yo sigo encerrado en mi mismo.

         Así, el que acoge sabrá leer de improviso en el rostro de su hermano, penetrar más allá de las apariencias. Este se construirá, quizá por timidez, una máscara de discreción, tendrá una actitud tensa, y por tanto falseada.

         Todo eso será apartado, superado totalmente, lo real será alcanzado, la Fraternidad nacerá entre esos dos hombres.

         Por supuesto, en todas las actitudes no debe haber ni obsequiosidad ni adulación, sino siempre la sencillez... así el acogido no se equivocará.

         ¿Y si esta idea «fugaz» se convirtiera en realidad?... ¿Y si se afianzara en el alma de muchos enfermos?

         Enfermos y minusválidos, ¿no es cierto que siempre hay en vosotros fuerzas disponibles para la acogida? Estamos en Navidad y Año Nuevo, el tiempo privilegiado para las visitas... el tiempo de una acogida parecida a la que recibieron los pastores en BELÉN.

         Profundizando en vosotros la virtud de la acogida, motivándola en los demás, ampliaréis el mensaje de la Fraternidad Católica de Enfermos, desarrollaréis la gran familia que la Fraternidad quiere ver establecerse entre todos.

         Así, la Navidad cantará:

«Paz a los hombres que en la tierra sufren,
porque Cristo los acoge,
porque, por Él, se acogen unos a otros...»
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NAVIDAD 1958

HACER LO QUE CADA UNO PUEDA POR UN MUNDO MEJOR

         ... Es Navidad. El Niño Jesús atrae nuestras miradas y nuestras reflexiones. Desde su venida al mundo, la profecía que hará más tarde el viejo Simeón se cumple: la gente se divide en dos categorías:

         Aquellos que no hacen lo que pueden: los habitantes de Belén, que rechazan acoger a José y María cuando estaban sin techo. Si hubieran querido, habrían podido hacerles sitio: desplazar una cama, limpiar un rincón, suprimir algunas comodidades por unas horas. Por ellos no se hará nada.

         Aquellos que hacen lo que pueden: los pastores que se apresuran hacia el pesebre. Después de haber visto al Salvador, se dan prisa por sacarlo del establo y atender todas sus necesidades. Los Magos se aventuran a un largo viaje y llevan sus más bellos regalos. Hombres humildes y poderosos de este mundo hacen buenamente lo que pueden...

         «HACER LO QUE CADA UNO PUEDA, POR UN MUNDO MEJOR». ¡Qué bello lema! ¿Y si lo hiciéramos nuestro para 1959?

         He ido llevando mi lema a todos los que encontraba. Y para ser sincero, sólo he conseguido dos éxitos.

         - No, querido amigo, me ha dicho mi amigo Jaime: hacer lo que se pueda no viene a cuento de nada. ¿Qué puedo hacer yo ante las inmensas necesidades de los hombres? Nada, ¿no es así? Mi lema es: «Todo o Nada». Y no pudiendo hacerlo todo, no haré nada...

         - Yo no emprenderé, me ha dicho la buena Sofía, más que obras perfectas. Deja que me prepare y actuaré más tarde. Hacer lo que se pueda para no obtener más que un éxito a medias, no es mi estilo.

         - Los otros lo harán mejor que yo, me ha contestado el fuerte Carlos. Ellos tienen más posibilidades. Que no me pidan nada.

         - La tímida Ernestina se ha puesto blanca y con un aspecto estupefacto ha dicho: «¡Yo sé lo que puedo hacer! ¡Actuar para fracasar, jamás!...»

         - Finalmente, la seca Gertrudis me ha vuelto la espalda diciendo: «Yo no quiero imponerme. Soy muy discreta...»

* * *

         ¿No os parece, queridos amigos, que estas personas habrían hecho mejor diciéndome: «No quiero hacer lo que puedo»? Pero estamos hechos de manera que intentamos camuflar nuestras debilidades bajo falsas buenas razones.

         Pero vosotros que me leéis, vosotros que sufrís en vuestro cuerpo, me habéis contestado ya en lo más íntimo de vuestra alma: Sí, nuestro lema será:

«POR UN MUNDO MEJOR,
HACER LO QUE CADA UNO PUEDA...»

         Pero inmediatamente, muchos completarán su pensamiento así (los oigo desde mi despacho):

         «Pero en todo caso, no podemos hacer gran cosa. Ya sabéis lo que somos: disminuidos. Tenéis razón en animarnos a ello, pero ¡esperad poca cosa!».

         Y yo espero justamente lo contrario:

         Tú eres pobre: comparte tu pan. Es mucho. Tu hermano que lo recibirá, se emocionará hasta llorar.

         Tú no eres fuerte: presta una pequeña ayuda y oirás a tu hermano decir: «¡Qué bueno eres!».

         Y os sorprenderéis: ¿Por qué me dan las gracias por haber hecho tan poco?

         Y es que habéis dado vuestro corazón. Lo más precioso ha sido entregado, el resto vendrá luego.

         Hacer lo que se pueda» es pues, en primer lugar, dar su corazón... y podemos hacerlo...

         «Pero es de corazón de lo que el hombre es más avaro», dice el Abad Pedro.

         Negar su corazón es condenarse a no hacer jamás lo que se pueda.

* * *

         Pero yo voy más lejos. Si damos enteramente nuestro corazón, pasamos del dominio de lo posible al de lo imposible.

         Yo querría que muchos enfermos aportaran su experiencia. Abrumados por su mal, oían en su interior una voz agria que les murmuraba: «Tú no puedes hacer nada, tu vida está acabada, ya no eres útil aquí abajo, ...»

         Pero un hermano se ha acercado a ellos y les ha dicho:

         «Yo también pensaba como tú. Pero he comprendido que si nosotros, los enfermos, nos uniéramos fraternalmente, lo imposible se realizaría».

         Imposible para los enfermos llegar a todos sus hermanos enfermos.

         Imposible para la mayoría de enfermos revivir y hacer su vida útil.

         Pues bien, todos juntos y con el Niño del Pesebre, el Salvador, que es el MAESTRO DE LO IMPOSIBLE, realizaremos lo imposible.

         La infantería de los enfermos, que se llama FRATERNIDAD CATÓLICA DE ENFERMOS, se ha lanzado al campo de batalla del dolor; los cansados, los jadeantes, los paralíticos, en definitiva los «mal hechos», se han lanzado y, una vez más, la infantería ha ganado la batalla.

         Hacer lo que cada uno pueda... Sí, pero con la Fe de Navidad en el corazón.

         Eso es ir hacia la Estrella... y descolgarla...

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NAVIDAD 1959

CUANDO HAY QUE AVANZAR DIEZ PASOS PARA ACERCARSE A ALGUIEN...
DAR NUEVE NO ES MÁS QUE RECORRER LA MITAD DEL CAMINO

         «Necesito dar diez pasos» para ir hacia mi hermano. Estamos separados. ¿Es principalmente por la distancia?

         Ciertamente, en la edad de piedra, vivir en una parte o en otra de un río, ¡que separación! Sobre todo cuando se estaba enfermo o se era minusválido... Pero ahora, el correo, el teléfono, los trenes expresos y aviones, cohetes... acercan a los hombres.

         ¡Ay! Más que la distancia, lo que nos separa a unos de otros, es la diferencia: «Tú no me interesas»; son los prejuicios: «No podemos entendernos»; a veces, el rencor... «¡Después de lo que me ha hecho!»...

         Estos son los diez pasos que nos separan; y son diez grandes pasos: torrentes tumultuosos, océanos, montañas con nieves perpetuas...

         Y es necesario que nos aproximemos, que fraternicemos. Es la orden del Señor: «Manteneos unidos». También para vosotros, enfermos y minusválidos, esta es la fuerza que os mantendrá, la alegría que os reanimará.

         «Yo quiero, dice uno, yo haré la mitad del camino, pero que el otro haga la otra mitad...»

         ¡No! No caben los cálculos matemáticos, las ciencias exactas no tienen nada que ver con esto. En la escuela, la mitad de 10 son 5, pero para el amor, la mitad de 10 son 9.

         Vamos a celebrar la Navidad. Esta fiesta nos recuerda el paso, ¡y qué paso!, que dio el Hijo de Dios al venir a la tierra, haciéndose hombre como nosotros y nos tiende una mano fraterna. Ya no hay dificultad para encontrarlo.

         Aprovechamos la Navidad para franquear la distancia que nos separa a unos de otros, la distancia que nos separa de los que viven cerca de nosotros, de aquellos con los que hasta este momento no habíamos fraternizado, de aquellos con los que hasta ahora no queríamos fraternizar.

         El lema sobre el que reflexionaremos parece indicar que hay que dar nueve pasos de los diez. ¿Y por qué no los diez? He aquí la razón: para que haya amistad, es necesario que el otro haga algo, que acepte la amistad que se le ofrece. Es la parte que el otro no puede hacer por él.

         El Niño Jesús pide a los pastores que den un paso: ir de los campos al establo; es poco pero no deja de ser un esfuerzo. En cuanto a los Magos, deben hacer un largo viaje; esto me parece mucho más, pero, no obstante, sigue siendo poco en relación con lo que el Señor ha hecho por ellos.

         El paso que va a dar este hermano enfermo, este minusválido, es la sonrisa que se dibuja en sus labios, la mano que tiende cordialmente, el adiós que exclama cuando la puerta se cierra.

         Y entonces sucede esto: el que había empezado, cuando vuelve a encontrarse solo, hace sorprendentes reflexiones:

         «Al acercarme a mi hermano, yo creía que estaba dándole mucho más de lo que yo recibía. Yo había dado nueve pasos, a él no le quedaba más que uno y yo experimentaba una cierta vanidad por mostrarme tan bueno. Pero ahora, me parece que él ha sido tan generoso como yo...

         Y si he de ser sincero, diré más todavía: me parece que él ha sido mas generoso que yo».

         La amistad considera como poca cosa lo que da y como mucho lo que recibe.

         ¡Qué rara es esta ciencia de la Fraternidad! Sus metros son elásticos, sus pasos son variables. Enfermos y minusválidos, estábais sobrecargados por la vida, avanzábais lentamente, dudando, y he aquí que os sentís calzados con botas de 7 leguas, y saltáis por encima de ríos y colinas.

         ¡Qué hay más maravilloso que este levantamiento del mundo de los enfermos que quiere iniciar, ampliar, generalizar la Fraternidad Católica de los enfermos!...

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NAVIDAD 1960

ETERNA JUVENTUD

         Trasladémonos a los Juegos Olímpicos de Roma. Es el momento de la gran prueba: el maratón, una carrera de 40 Kms. Hay alguien que corre con los pies descalzos y con qué aliento, con qué agilidad en el avance; es un hijo de Etiopía, un joven soldado de la guardia del Rey. Ha dejado muy atrás a todos sus compañeros; pero no, el marroquí lo supera. Un esfuerzo más, lo vuelve a alcanzar y, por fin, el etíope llega a la meta, la bandera de su país sube al mástil. El vencedor, ¿se desploma medio muerto? No, baila de alegría...

         ¡Qué vitalidad! ¡Qué juventud!

         No os entristezcáis por no poder hacer tales proezas, queridos amigos enfermos y minusválidos. Vuestra escayola, vuestro escaso aliento os impide tomar parte en una carrera. Pero hay otras hazañas que únicamente las físicas.

         ¡Cuántos enfermos son admirables por el dinamismo con el que se integran en la vida! Otros utilizan todas sus fuerzas para ayudar a sus hermanos enfermos englobándolos en una gran corriente fraterna. Otros dan su vida gota a gota en una cama del hospital, como se da un vaso de agua. Otros... Pero, no terminaría la enumeración y las maravillas que se realizan no tienen sitio en la primera página de los periódicos. Y más vale así. Pero, ¡qué vitalidad hay en ellos! ¡Qué juventud!

         No hay minusválido que no pueda y no deba avanzar en ese sentido.

         Para hacerlo, el método acertado no es analizarse, no es pesar (¿con qué balanza?) las propias facultades intelectuales ni la fuerza de voluntad. El etíope vencedor del maratón no miró la forma de su pie o de su rodilla, ni midió su perímetro torácico. Se ejercitó en correr y, día a día, sus fuerzas aumentaban, su agilidad era mayor.

         «Machacando se aprende el oficio», dice un viejo proverbio. El niño quiere andar, lo intenta y lo consigue. Este muchacho corre con el balón de su hermana entre los pies y se convierte un día en un buen jugador de fútbol.

         Se trata, pues, de no replegarse en sí mismo, sino de vivir cada día un poco más.

         Vivir es seguir siendo joven, puesto que es permanecer en el estado del progreso y del desarrollo.

         Vivir es ser feliz.

         «Como un pajarillo que se regocija, como una golondrina jubilosa dispuesta a partir» (Paul Claudel).

         Navidad es la fiesta de aquellos que viven y son jóvenes, puesto que se trata de un nacimiento, ¡y qué nacimiento! El de nuestro Salvador; y comunica a los demás su impulso de juventud: los pastores (jóvenes y viejos) corren al establo, llamados por los ángeles dinámicos. Los Magos se apresuran tras la estrella, que no se queda atrás en su trayectoria.

         Queridos amigos: entrad a fondo en estas ideas, hacedlas tan vuestras que se manifiesten principalmente de dos formas:

         Primero, amando la compañía de los jóvenes, aprobando sus proyectos de futuro, aplaudiendo su entusiasmo.

         Encontraréis fácilmente a los niños compartiendo sus juegos y sus sueños... «Es mala cosa, escribía Péguy, desaprobar la risa y los juegos que nacen libremente en la vida ligera de los niños. Desconfiar de la risa no es rendir homenaje a lo serio de la existencia. ¡Cuántos hombres serios no viven más que para futilidades! ¡Eso es haber perdido la flexibilidad del alma!».

         Esta consigna de «juventud» no puede sino agradar a Dios, ya que Él no envejece. Los años no lo desgastan, no lo fatigan. ¡Es precisamente de Él de quien podemos decir: «¡Eterna juventud!»

         «Rejuveneciéndonos» unos a otros, seguro que pasaremos un excelente año y es eso lo que, para terminar, os deseo a todos.

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NAVIDAD 1961

«QUE YO HAGA DE MI VIDA UNA COSA SENCILLA Y RECTA,
PARECIDA A UNA FLAUTA DE CAÑA QUE TÚ PUEDAS LLENAR DE MÚSICA»

         Ciertamente, ya habréis visto pesebres provistos de «figuritas», pequeñas estatuas de yeso decorado. Representan a todo tipo de personajes que llevan sus ofrendas al niño Jesús. Casi siempre veréis al pastor que toca la flauta, simple trozo de caña, música campestre que anima las largas horas de guardia al lado del rebaño. Se queda de pie, serio, esforzándose, poniendo todo su arte para encantar a la Sagrada Familia.

         Quizá creáis, queridos amigos, que voy a proponeros que os convirtáis en tocadores de flautas. Y no, no se trata de tocar la flauta, sino de ser la misma flauta.

         «¡Que vuestra vida sea algo tan sencillo y recto como una flauta de caña!».

         Cosa que no es muy corriente. ¡Cuántas personas no son ni sencillos ni rectos en su vida! Parecen más bien esos grandes trombones de líneas tan complicadas, que se encuentran en la última línea de las bandas y que marcan la cadencia de sus rugidos.

         De esta gente podemos decir esto:

         Él o ella no se ha levantado con buen pie.

         Él o ella no está cómodo.

         No se sabe por dónde cogerlo o cogerla.

         El que juega con fuego se quema, según se dice en Lorena.

         Ellos o ellas reciben a veces el castigo por sus defectos: nos apartamos de ellos. Entonces, se quejan de ser abandonados, se repliegan en ellos mismos... y se entristecen.

         El mundo de los enfermos debe evitar este defecto. Hay cosas mejores que hacer en esta vida.

         Algo sencillo y recto, he aquí lo que debe ser ésta.

         Entonces se dirá de vosotros (pues vosotros seguiréis este camino):

         Con él o con ella, eso no es difícil.

         Avanzamos sin vacilaciones.

         Todo es sencillo.

         Él o ella no tiene marcha atrás.

         Entonces querrán acercarse a vosotros, os acogerán con una sonrisa. No dudarán en pediros algún favor, ya que sabrán con qué corazón y con qué sencillez lo dais.

         «Seréis flauta de caña que vuestro hermano llenará de música».

         Vuestra presencia, vuestra influencia, serán para él alegría y armonía, paz y felicidad; los crispados serán distendidos, los duros se suavizarán, los temerosos volverán a tener confianza.

         Y entonces, ¡oh, maravilla!, como en un cuento de hadas, los trombones cambiarán de forma: las grandes espirales, las sinuosidades de su tubo de cobre se desplegarán y serán completamente rectas.

         Mayor maravilla aún, cambiarán de material, el cobre duro y brillante se convertirá en débil trozo de caña.

         O, para decirlo sin imágenes:

         Aquellos a los que habéis aportado vuestro apoyo fraterno querrán, también ellos, ir hacia los otros, convertirse para los otros en causa de alegría, llenar su vida con esta música que un día los transformó. Como vosotros, ellos repetirán:

         «Yo querría convertirme en flauta de caña para que mi hermano llene su vida de música».

         Este es el deseo que os invito a cada uno de vosotros a formular en este día de Navidad. Se estará así cerca de Aquel que vino a traer la paz y la felicidad a la tierra.

         Deseo que es válido para todos los enfermos, y para sus amigos, y, por supuesto, para todo el mundo.

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NAVIDAD 1962

HACED UN BONITO LETRERO PARA PONERLO, BIEN VISIBLE, SOBRE VUESTRA PUERTA

         ¡Medianoche...! ¿Es hora para visitar a una joven madre que acaba de traer al mundo a su hijo? ¡Dejadla, pues, gozar en paz de su felicidad! Pero no, son los propios ángeles quienes van en plena noche a buscar a los pastores, a sacarlos de su sueño y a lanzarlos al camino... y he aquí este grupo de desconocidos que llega al establo de BELÉN... Sus vestidos están impregnados del olor de las ovejas, de la humedad del suelo.

         Vienen a decirle a María... Ese a quien tenéis en vuestros brazos no es para vosotros, es para nosotros. Dádnoslo enseguida...

         - ¡Esperad a que hable, a que sea mayor!

         - ¡No! ¡Enseguida!

         ENTRADA LIBRE al pesebre...

         ¡Qué bello lema os propongo para 1963: ENTRADA LIBRE a vuestra casa...!

         Entonces, ya no habrá que ver el cartel:

         «Cuidado con el perro»

que significaría: desconfiad. Tras esta puerta hay poco amable, gruñón refunfuñador. Sólo acoge a algunos amigos elegidos y no a cualquiera...

         También hay que abolir el cartel:

         «Abierto de 10 a 12 y 14 a 16 horas»

         Aquel que desde la ventana grita a través de la puerta: «Ven más tarde», «Tu hora no es la mía».

         Hay que poner el cartel:

         «ENTRADA LIBRE»

         Entonces se sabe que uno va a ser siempre bien acogido... que se os encontrará siempre disponibles. La hora de los otros es la vuestra.

         ¿De los otros? ¿De qué otros? Vuestro vecino de cama en el hospital, el que viene a haceros un encargo, el que os cruzáis en la calle, ese enfermo cercano de vosotros...

         ¿Cómo se llama? Paul - Mohamed - Karl - John - Alfonso - Lucía... ¿Qué se yo?

         Ha visto el cartel... y ha entrado...

         Necesita pararse en vuestra casa, sentarse, descansar un poco, hablar, descargar los paquetes demasiado pesados que cuelgan de sus brazos. Necesita no irse tal como ha llegado...

         Es necesario que se sienta a gusto.

         Así pues, ponedlo cómodo.

         Dejadle hablar: os dirá su sufrimiento, os hablará de su familia, de su profesión, de sus decepciones, de sus esperanzas.

         ¿Está incómodo?... Pues animadle:

         «Y vuestro pequeño, ¿cómo está?».

         «Y ese asunto, ¿cómo se ha solucionado?».

         «Y después, ¿qué sucedió, hombre?».

         Habladle de vosotros, para tranquilizarle, para mostrarle que en el fondo sois como él... Contadle cómo tampoco era fácil para vosotros y cómo se aclaró todo... y cómo la carga pesa todavía...

         Se levanta... Se va y dice... pero no, vosotros sois quienes decís: «Hasta la vista...»

         ¿Y por qué ha ocurrido todo eso tan simplemente?

         Porque habéis dado algo de vosotros mismos y era un regalo precioso. Además, cualquier don que hayáis hecho, si no estaba envuelto con vuestro cariño, ha podido prestar algún servicio, pero no ha llegado a ser algo precioso...

         Es como en Belén... Los pastores abandonan el pesebre. El Niño Jesús no les ha hablado, ni siquiera ha abierto los ojos, pero han salido enriquecidos y contentos...

         Habían visto, habían vivido algunos instantes con Él, que es el don más perfecto, el más gratuito... se iban llenos de su amor... y felices...

         Os lo repito... Haced un bonito cartel para ponerlo, bien visible, en vuestra puerta:

         «ENTRADA LIBRE»

         Es urgente... y, ¡qué buen año viviréis...!

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NAVIDAD 1963

- ¿YO? ¿HACER YO UNA OBRA MAESTRA? - ¿Y POR QUÉ NO?

         Pastores, magos... apresuraos hacia el Pesebre de BELÉN. No os dejéis engañar por la miseria del lugar. Aquí, en este pesebre, reposa el Niño Jesús, un gran artista... De esos seres lisiados y deformes que sois (en lo referente al alma), él hará, con amor, una obra maestra digna de ser situada un día en la Casa de su Padre: el Cielo.

         El, Cristo, haciendo obras de arte... Fácilmente lo aceptáis. Pero os veo mirarme con ironía o con aspereza al leer:

         «Vosotros también, junto a Él, podéis trabajar haciendo obras maestras. Todos sois artistas...».

         No, no me burlo de vosotros.

         Sin duda os oigo decir: «Los pobres hombres y mujeres que somos, enfermos, minusválidos, paralíticos, ciegos, todos en mal estado, bastante tenemos con arrastrar nuestra vida, con desarrollarla lo menos mal posible, a trompicones, iremos hacia el final... y el Buen Dios nos acogerá tal como habremos sido: siempre pobres hombres y mujeres...».

         ¡Pues no! Es necesario que cada uno de vosotros abandone esta vida después de haber realizado no algunos «mamarrachos» más o menos válidos, sino verdaderas obras maestras...

         ¿Cómo? Pues simplemente amando a los demás... Amar a alguien es esperar de él lo nuevo y lo mejor. Y esta esperanza es tan potente que, así como los cálidos rayos de sol sobre una planta, llegará a hacer germinar eso nuevo y mejor...

         A menudo parece que el otro estaba esperando a la persona, la ocasión, que le obligaría a producir esta flor nueva y mejor.

         ¿Me equivoco al decir que habéis empezado una gran obra, una obra maestra?

         - Si es el hombre echado en la cuneta a causa del cansancio:

         «Levántate y ven conmigo».

         - Si es el enfermo que ya no quiere cuidarse (¿para qué?):

         «Toma este medicamento. Recupera tus fuerzas, la vida te espera».

         - Si es aquel que no quiere salir de su casa porque huye del mundo y cree que el mundo se lo agradece:

         «Ven conmigo, ven a ver a tu vecino, te espera...».

         «Yo te quiero, confío, pues, en ti... ¡Ven!»

         Os resistís a mi llamada... y murmuráis:

         - Es difícil, no sé lo suficiente.

         Y yo os digo: «Es fácil, todos pueden conseguirlo... Basta con amar».

         - Es agotador, prefiero vivir tranquilo...

         Y yo os digo: «Es vivificante abandonar vuestra tumba para vivir...».

         - Estoy anémico y sin fuerza...

         Y yo os digo: «Amad y seréis fuertes».

         - Estoy solo... Uno no se atreve estando solo...

         Y yo os digo: «No estáis solos. Acordáos del principio de este mensaje: Cristo vino para hacer obras maestras con los pobres hombres...».

         Cada vez que otro se engrandezca amándole, sois su instrumento, su «pincel».

         Él es la mano que lo conduce.

         Él pone los colores de los que está dotado.

         Y además, es mejor hacer eso con los amigos, con los hermanos. Hay una multitud de hermanos que han puesto manos a la obra.

         Ellos os aman,

         os esperan...

         Pues ellos también esperan de vosotros lo nuevo y lo mejor, porque os aman...

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NAVIDAD 1964

- NO ES MÁS QUE UNA VISITA

         Los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento del Salvador y los invitan a visitarlo, pues les indican dónde pueden encontrarlo. Deprisa, los pastores se dirigen al pesebre.

         Los magos han sabido que un hijo del rey acababa de nacer y se dirigen a Belén. Van a visitarlo.

         ¿Es curiosidad de unos y de otros? ¿Por qué no un poco? Pero principalmente es el deseo de llevarle al Salvador su homenaje de amor.

         NO ERA MAS QUE UNA VISITA. - Han dado su tiempo y su cansancio... Han dado toda su persona. He aquí el don esencial. Los regalos de los magos no eran sino una traducción de sus sentimientos. Los pastores llegaron sin nada. Sólo después trajeron lo necesario.

         NO ERA MAS QUE UNA VISITA. - Y, sin embargo, era algo grande...

         ¡Si yo pudiera convencer a todos los enfermos y minusválidos que leerán este mensaje para que hagan esta pequeña acción: una visita!

         ¿A quién? A los enfermos que ellos conocen. Ellos los esperan... Se sorprenden de no verlos avanzar hacia ellos con una sonrisa.

         ¿A quién? A los enfermos que no conocen. ¡Hay lazos tan fuertes que unen a los enfermos entre ellos! El medio puede separarlos, pero la enfermedad los aproxima de nuevo.

         «Pero, dirán algunos, eso me cansa... Me cuesta tiempo». Pues sí, y tanto mejor; es necesario que vuestras acciones tengan valor, que aportéis algo de vosotros mismos.

         NO ES MAS QUE UNA VISITA - PERO ES DARSE UNO MISMO.

         Insistís: «¿Qué le hará eso a la persona que yo visite?». Y yo respondo lo que las visitas de los pastores y los magos hicieron a Jesús, María y José. Eso les «gustó». ¿Por qué siempre hay que juzgar como inútil todo aquello que no se cuenta, no se mide o no se pesa? ¡«Dar gusto», a alguien es tan bonito!

         NO ERA MAS QUE UNA VISITA y eso les agradó. Un rayo de sol llegó a una habitación sombría y alumbrará mucho tiempo después de que se vaya quien la trajo.

         ¿Sabéis qué repercusiones tendrá vuestra visita a largo plazo? Empezaréis a tomar conciencia de las verdaderas necesidades de vuestro hermano. Antes lo ignorábais todo de él.

         Habéis hecho una visita, y he aquí que vuestro hermano intenta hacer algo para agradaros.

         Habéis hecho una visita, y he aquí que él irá a dar gusto a otros.

         La piedra ha caído en el estanque y las ondas líquidas se propagan por toda la superficie del agua.

         Así, una visita no es una cuestión mezquina, sino una acción humana.

         Incluso aquellos que saben de algún hermano enfermo en instituciones sociales, no deben descuidar el visitarlos.

         No será tiempo perdido para ellos. Guardarán el contacto en la base, aprenderán a conocer mejor las necesidades actuales de sus hermanos. Y también ellos darán gusto a alguien.

         Entonces, haréis visitas de Año Nuevo... después de primavera... después de verano... etc... Puesto que habéis decidido entregaros... ¡Y además, eso es tan agradable!

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NAVIDAD 1965

«LLEVAR LA LÁMPARA TAN ALTO
QUE DÉ MÁS LUZ Y MENOS HUMO
Y QUE DEJE LA SOMBRA ATRÁS»


                                                               Tom DOOLEY

         Ved la imagen: no la lámpara de aceite, pequeña luz vacilante; ni la lámpara eléctrica fija y sin vida. Sino la antorcha primitiva, el trozo de madera resinoso que arde entre las manos de un hombre, que éste lleva alto y firme para guiar los pasos del invitado que llega de noche y para mostrarle la amplitud y las bellezas de la sala abovedada en la que se encuentra.

         Ha llegado alguien que lleva su lámpara tan alta que «ilumina a todo hombre que venga a este mundo». Es Cristo. Desde el establo de Belén, cumple este cometido atrayendo a su luz a los pastores y los magos. Y lo cumple más aún cuando domina el mundo desde lo alto de su cruz.

         El 4 de octubre pasado Pablo VI subió a la tribuna de la ONU y situó su lámpara muy alta, ante las naciones reunidas, como paladín de la unión de los pueblos en paz.

         Y vosotros, queridos amigos, enfermos y minusválidos, amigos de toda condición, de todas las edades, ¿cómo reaccionáis ante esta idea? LLEVAD ALTA vuestra luz.

         Si yo me atreviera... (pues sí, me atrevo), os clasificaría en tres categorías:

         1. Aquellos que han dejado apagar su antorcha y la han tirado al suelo.

         Los desanimados:

         - «Yo no sirvo para nada».

         - «Mi vida es inútil».

         - «¿Yo? ¿Alumbrar a alguien? ¿Aportarle algún bien? ¡¡¡Qué fantasía!!!».

         2. Aquellos que tienen su antorcha encendida, pero la tienen baja ya que quieren que les sirva únicamente a ellos:

         - «¿Para qué ocuparme de los otros?».

         «Yo te quiero, confío, pues, en ti... ¡Ven!».

         3. Aquellos que mantienen su antorcha alta y clara, ya que quieren que toda su vida sirva a los demás.

         Éstos tienen una inteligencia para pensar en los demás, una imaginación para ingeniárselas para hacer el bien, un corazón para amar a los demás, un resto de fuerzas para servir a los demás.

         Ya adivináis en qué categoría quiero veros a todos: LA TERCERA. Por tanto, si no estáis en ésa... Apresuraos en estarlo.

         Alumbrar solo, está bien.

         Alumbrar juntos, es mejor.

         Un trozo de madera aislado, por muy llameante que sea, se apaga pronto.

         Muchos trozos de madera juntos hacen una bonita llama, una llama que dura.

         Uníos para alumbrar.

         Pero, ¿por qué este deseo? ¿Por qué no decir: «Estáis unidos para alumbrar?».

         Yo veo... sí, con mis ojos veo... decenas de miles de enfermos y minusválidos... de esos que son llamados «no válidos»... «no eficaces»...

         Yo los veo dar, juntos, una gran luz.

         La misma que se veía en el pesebre de Belén.

         La misma que Pablo VI llevó a la tribuna de la ONU.

         La luz de la FRATERNIDAD traída al mundo por Cristo.

         La que es fuente de paz para todos. La que permite a los enfermos REVIVIR.

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NAVIDAD 1966

LA MÁS BELLA MIRADA DEL MUNDO
Mirar con buenos ojos...

         «Mirar» no es lo mismo que «ver». Mi vista se dirige sobre cantidades de cosas; pero yo no las miro todas. Mirar es fijar la atención. Yo miro los cabellos de Antonio porque son largos, la falda de Isabel porque es «super mini».

         A mí el espíritu fraterno me lleva a mirar. Ciertamente me lleva a la acción, me empuja a alegrar a mis hermanos enfermos y minusválidos como yo, a hacerlos revivir. Me pide dar totalmente mi persona.

         Pero antes de actuar, hay que mirar. De la calidad de la mirada se desprenderá mi comportamiento con los demás.

         ¿Mirar con envidia? Tiene una salud mejor que la mía. Tiene una cultura que yo no tengo... Eso es mirar con malos ojos... puesto que así me quedaré triste, no tendré ningún deseo de hacer de este hombre un hermano mío, de procurar su bien.

         ¿Mirar con maldad? No veo en él sino cosas malas. Por tanto, nada me atrae hacia él. Mi mirada provoca alejamiento.

         ¿Mirar superficialmente? No veo sino el aspecto exterior, la apariencia... el tono de la voz, la compostura. Lo que me gusta es este aspecto superficial. Así, las relaciones se quedarán también en la superficie, relaciones de cortesía... ¡Qué frecuente es esto! Un barniz mundano.

         ¿Mirar mi interés personal? ¿Qué puedo obtener de él? ¿Cómo me servirá? Cuando haya chupado el jugo de esa naranja la tiraré.

         Y, finalmente, mirar con amor... Sabéis tan bien como yo que ésta es la verdadera forma de mirar. Si amo, sobrepaso rápidamente la superficie; veo rápidamente las riquezas de mi hermano. Veo también lo que le falta. Entonces, mi amor no es condena, sino bondad, deseo de curar las heridas, de llenar vacíos...

         Y sucederá esta maravilla: el otro me «mirará». Quizá jamás había «mirado» a nadie. Jamás había sentido posarse sobre él una mirada llena de amor fraterno. Entonces, esa semilla de amor que duerme en cada hombre, al recibir un poco de calor, se ha puesto a germinar y a fructificar. El sabe también mirar con amor.

         Al hacer estas reflexiones me doy cuenta de que estoy muy cerca del espíritu de Navidad. ¿Cómo miraba el Hijo de Dios el mundo en el que se encarna? Con amor... No un amor ciego, por supuesto, sino un amor realista y cuán eficaz, pues tiene el nombre de «Salvador». Restablece, fortifica, transforma, acerca los hombres a Dios...

         Con amor mira a María y José y a los pastores y Magos.

         Es ese amor que continúa llegando a nosotros en este día de Navidad sin desfallecer.

         Este amor acerca a los hombres entre ellos, los hace hermanos.

         Imitemos, pues, su mirada durante todo el año: «Miremos a los otros con buenos ojos...».

         Así será un buen año...

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NAVIDAD 1967

PRESENTES EN LAS ALEGRÍAS Y EN LAS PENAS DE ESTE MUNDO

         Todos los que escriben grandes artículos sobre «este mundo en cambio», es decir, en cambio rápido, olvidan miraros a vosotros, enfermos y minusválidos. No parecen dudar que «vuestro mundo», «ese mundo de los enfermos», está también cambiando.

         Vosotros ya no podéis, como antes, soportar estar «aparte», «fuera». Queréis estar integrados en el mundo de los que tienen buena salud, es decir, en el mundo sin más.

         Y lo hacéis organizándoos en asociaciones y federaciones poderosas que hacen oír su voz a los poderes públicos, no para estar mejor asistidos sino más integrados en el mundo.

         Por esto, hay que felicitaros y deciros: «Perseverad». Pero no es de esta integración «legal» de la que yo quiero hablaros.

         Yo miro vuestra vida de cada día. ¿Y qué veo? Por vuestra parte, un deseo: ser vistos por los que os rodean como «personas» y no como «enfermos».

         Un deseo de ser asociado a su vida concreta con relaciones simples y cordiales.

         Y os decís: «¿Qué esperan, los otros, para venir, para unirse a mí, para que compartamos alegrías y penas?».

         Y he aquí que alguien os dice: «¿Qué esperáis, vosotros, los enfermos para hacer lo mismo?».

         Leed estas líneas escritas por un gran minusválido paralítico cerebral: Jean Marie DARFEUIL:

     «Unirse a las alegrías y a las penas de los otros, creo que es el único medio, para un enfermo, de integrarse en la sociedad de los que están bien de salud. Cada vez estoy más convencido de ello.

     Ése es el único medio de llegar a hacerles comprender que somos hermanos de los hombres, que tenemos las mismas alegrías y también, en cierto modo, aunque centuplicados, los mismos sufrimientos...
».

         ¡Atención! Entendamos bien la palabra «unirse».

         Decir a una enfermera que tiene a un hijo enfermo: «¿Ya se encuentra mejor?».

         Decirle a una joven prometida: «Te felicito»;

         Decir a un hombre en paro: «Te compadezco», eso no es la verdadera unión. Unirse es relacionarse en «profundidad».

         Si seguís los estudios de un joven paso a paso. Si él sabe que os preocupáis por llegar con él hasta la meta... Cuando haya aprobado, irá precipitadamente a vuestra casa gritando: «¡Lo conseguí! ¡Ya tengo mi título!».

         Si estáis con ese hombre sin empleo. Si él viene a menudo a hablaros de sus esperanzas y de sus decepciones. Si buscáis con él soluciones..., estáis comprometidos con él.

         Seguro que os dais perfecta cuenta de que estos dos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito. No hay una sola alegría de mi entorno sano, ni una sola pena, que no resuenen en profundidad en mi alma...

         Vivid así y veréis como los sanos estarán cerca de vosotros. Seréis «alguien» para ellos, alguien que está «vivo», alguien «simpático», y compartirán también vuestras alegrías, comprenderán vuestras penas.

         Entonces os habrán descubierto. Ya no volveréis a ser para ellos «el enfermo», «el pobre enfermo», el que se mantiene a distancia de su vida y al que se mantiene también a distancia. Aquel al que uno se acerca de vez en cuando con lástima. Sino que seréis el amigo que comprende, con el que podemos discutir, aquel que podemos unir a nuestra vida, a nuestras relaciones. Aquel al que pedimos ayuda y respecto al cual nos sentimos, ahora sí, iguales...

         No digáis: «¡Me tentáis con vuestras bellas palabras! ¡Qué esfuerzo me pedís! ¡Qué cambio de perspectiva!».

         ¡Vamos! El momento es bueno. Es NAVIDAD, día que marca un famoso «cambio» en el mundo. Cambio provocado por la llegada del Hijo de Dios a la tierra bajo forma humana, uniéndose a nuestra vida y uniéndonos a la suya... pero también pidiendo a los hombres que se unan sin distinción entre enfermos y sanos...

         ¡Es Navidad! Es el momento de «cambiar de vida». ¡Que vuestro «cambio» date de la Navidad de 1967...!

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NAVIDAD 1968

HAY OTROS MÁS POBRES QUE TÚ

         ¡Qué frase tan audaz! Es de buena costumbre, cuando nos acercamos a un enfermo, apiadarse de él y decirle: «¡Pobre! ¡Cómo lo compadezco! ¡Nadie hay más digno de compasión que usted!». Entonces pensamos estar haciéndole un favor.

         Con favor o sin favor, ¡qué me importa! Yo os repito a cada uno de vosotros: «Hay otros más pobres que tú».

         Por supuesto, para saberlo, hay que abrir los ojos, hay que mirar.

         Tú vives cómodamente, con una buena cama y calefacción asegurada. Hay otros que viven mucho peor y pasan frío.

         Tú tienes unos recursos modestos, pero después de todo, vives. Hay otros que no tienen lo necesario.

         Tú tienes un entorno de amistades. Hay otros que están solos, terriblemente solos.

         Tú eres considerado un hombre de buena reputación. Te hacen cumplidos (¡Hum! ¿Los mereces?). Hay otros que han perdido la reputación... por su culpa quizá... aunque no siempre... pero, no obstante, el hecho está ahí.

         Sería larga la lista de aquellos que son más «pobres» que tú, y entre ellos hay algunos muy próximos a ti... tu vecino de rellano, tu vecino de cama en el hospital... ¿Los conoces? Te pido que los busques.

* * *

         E inmediatamente, apenas descubiertos, hay que «amarlos». Te oigo decir: «¡De acuerdo! Vamos allá... Vamos a amarlos». No es muy difícil decir: «Yo los amo».

         Realmente se dice muy pronto. Amar verdaderamente, como a un hermano, es abrirle la puerta... Sí, la de tu habitación, o bien molestarte en abrir su puerta... sí, la de su casa.

         Hasta llegar a compartir. Darte y recibir lo que te den, pues ellos son capaces de darte... primeramente su amistad, pero también riquezas que tienen ellos y que son más grandes de lo que te imaginabas... Mayores de lo que ellos mismos imaginan. Pues ellos ignoran su tesoro. Son bellos cuadros cubiertos de polvo. Ni siquiera saben que valen algo, pues los tratamos como si no valieran nada y ellos mismos llegan a considerarse así.

         Hete aquí pues lanzado a un intercambio fraterno con tu hermano «más pobre que tú». Cuando hayas empezado, yo ya no tendré que empujarte, tú irás por ti mismo y me agradecerás haberte abierto los ojos.

         Finalmente, hay alguien a quien alcanzarás más allá del más pobre. Lo creas o no, lo habrás conseguido. Habrás alcanzado al mismo Cristo.

         Muchos irán a visitar los pesebres en las iglesias el día de Navidad y se emocionarán ante un bonito y pequeño Jesús de yeso, acostado sobre paja. «¡Pobre!»... ¡Bien! Pero, ¡cuánto más verdadero será tu encuentro con Cristo si, el día de Navidad, has encontrado, amado, servido a alguien más pobre que tú, si has fraternizado con él...!

         Hazlo, te lo ruego, para que pases unas FELICES NAVIDADES... ¿Y después?... ¡Continuarás!

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NAVIDAD 1969

HAY «PINCHAZOS» QUE SON SIMIENTE Y «GOLPES» QUE SIRVEN PARA CONSTRUIR

         Yo me he parado delante de esta sorprendente frase. Los «pinchazos» son las molestias de cada día:

         - Esperaba a alguien para ayudarme... y no pudo venir.

         - Había preparado mi plan del día... una visita inesperada... y tuve que cambiar todo.

         - Iba a salir... y empezó a llover.

         - La herida se cerraba... y nuevamente apareció la supuración...

         Estos ejemplos bastan para demostrarnos que los «pinchazos» no faltan. Entonces existe la actitud sombría y quejumbrosa que nos entenebrece y hace pesado el ambiente.

         Reflexionemos: ¡cuántos «pinchazos» podrían llegar a ser simiente... y producir cepas de vid de suculentos racimos...!

         Esta ayuda que te falta... te forzará a hacer tú solo la obra y te dará un nuevo entusiasmo.

         El plan de la jornada frustrado... te empujará a tener iniciativas.

         Toda vida humana, digna de este nombre, nos obliga, sin cesar, a afrontar las dificultades.

         Toda vida cristiana nos impulsa al renunciamiento y nos hace avanzar con Dios. «Todo es gracia».

         Esto, referente a los «pinchazos»; vayamos ahora a los «golpes».

         Se trata de acontecimientos dolorosos que tienen una repercusión importante en nuestra vida:

         - Yo tenía buena salud... y la enfermedad cambió la orientación de mi vida.

         - Yo vivía en familia, y la separación de una muerte me golpea, me deja en la soledad.

         En este tiempo de la Navidad, pienso en San José: él conocía el Decreto del Emperador Augusto: orden de desplazarse al lugar de origen de su tribu para el censo. Vuelve a casa: «¡qué contrariedad, María, en el estado en que tú estás... ir a Belén...!».

         Llegados a Belén, San José busca inútilmente alojamiento: «¡Qué desgracia, -se lamenta- no hay sitio... solamente un manojo de paja en un establo...!».

         Éstos son los «golpes» que van a servir para preparar la llegada del Hijo de Dios a la tierra... A Belén, según los profetas... Sobre las pajas, para que Él sea como los pobres... Él, el amigo de los más pobres...

         Cuántas veces he visto enfermos que aseguran que sus dificultades habían sido constructivas para ellos.

         Un ejemplo: Un joven alpinista, víctima de un accidente de montaña, le inmoviliza sobre un sillón de ruedas. Ha obtenido un premio de música en el Conservatorio, hace deporte (esgrima, pingpong, basket). Descubre constantemente nuevas posibilidades...

         Y cuántas vidas espirituales se han «construido» con estos «golpes»...

         Aquel que se aísla de los demás, no logrará que los «pinchazos» se conviertan en simiente, ni los «golpes» en elementos de construcción.

         Para tener éxito en la vida es necesario vivir todos como hermanos, sembrar juntos, construir juntos.

         Sin lanzarme en largas consideraciones, yo digo que la experiencia lo prueba: enfermos, por decenas de millares, son testigos de esto que afirmo.

         Por todo esto, os deseo para 1970:

         - Una Fraternidad sin barreras, vivida con todos los que os rodean.

         - Una Fraternidad profunda, hasta compartir tus pequeñas y grandes dificultades con los demás.

         - Una Fraternidad alegre, como consecuencia de una Fraternidad viva.

         - La verdadera Fraternidad bajada del Cielo con el Niño del pesebre.

         ¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

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NAVIDAD 1970

«SOMOS SALVADOS SOLAMENTE EN LA MEDIDA EN QUE SEAMOS SALVADORES»

         El Abate Pierre dice: «Emmaus es el signo de que uno se salva solamente en la medida en que se ha convertido en "salvador"».

         Estos millares de pobres que viven arraigados en Emmaus vuelven a ser hombres porque levantan casas para los otros. Porque vacían sus graneros para que se beneficien los más pobres del tercer mundo.

         Si el Abate Pierre no hubiese hecho más que vestirles, alimentarles, hacerles ganar algún dinero, ¿ellos habrían llegado a «ser hombres»...?

         Ahora yo quiero trasladar esta idea en el marco de la Fraternidad.

         ¿Quiénes son nuestros vecinos?

         - Aquél que está clavado en una silla de ruedas.

         - Aquel que se cansa al subir los primeros peldaños de una escalera.

         - Aquel que tantea en su continua oscuridad.

         - Aquél que va «renqueando» con dificultad.

         Vosotros los conocéis:

         - Están desesperados.

         - Atribuyen a Dios el estar así.

         - Se rebelan de su sufrimiento, de su impotencia.

         Vosotros, con vuestra disminución, queréis salvarles. ¿Cómo? ¿Manifestándoles vuestra «compasión»?

         ¡Cuidado! Si hacéis eso, les herís profundamente o les hacéis unos «niños caprichosos», centrándose más aún en sus limitaciones.

         ¿Llevándoles vuestra amistad fraternal? Si así es, les ayudaréis a mejorar su cultura humana, para que ellos puedan actuar, valerse por sí mismos, vivir como todo el mundo.

         Vosotros pensáis: «Ya están salvados». No, todavía no... No están salvados nada más que cuando se convierten en «salvadores», cuando hayan «salvado» a otro.

         Esto tiene que comenzar por pequeñas acciones: Primero va a ver a su vecino como amigo. Después le presta su ayuda... Entonces entra «en la categoría de salvador».

         Poco a poco ha vuelto a entrar la felicidad en un hogar. El ha tomado responsabilidad para que todo un grupo sea más feliz.

         Y un día descubre que toda su vida está entregada a los demás, ya no se pertenece a sí mismo: Se ha convertido en «salvador».

         Hay enfermos que, en esta entrega generosa de toda su vida, una vida consagrada a los demás, les van llevando al encuentro con el Salvador por excelencia.

         Es ahora el momento de evocar en esta Navidad de 1970 a este Jesús, Hijo de Dios, cuyo nombre significa: «SALVADOR».

         Nadie se salva, sino por Él.

         Nadie es salvador, sino con Él.

         Dichosos aquellos que conocen a Cristo y se gozan de ello.

         Pero aquéllos que le ignoran comprenderán en el día de su muerte, que toda acción que hayan realizado de «salvador» ha sido hecha con Él y para Él.

         Si cada uno de nosotros está decidido durante todo el año 1971 a ser «salvador» de sus hermanos enfermos y disminuidos físicos, creo que este nuevo año será para él el más grande y, estoy seguro, que el más feliz de su vida.

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NAVIDAD 1971

«LA FRATERNIDAD,
¿ES UNA VERDAD QUE CANTA?»

        - Una verdad canta en mí
        - cuando yo la amo
        - cuando me entusiasma
        - cuando me hace actuar.

         Si me sucede que hablo de ella, los demás notan que estoy invadido por esta verdad: «¡Ese es un convencido!», se dirá de mí, y la gente que se llama «prudente» con un ademán significativo dirá: «¡Está loco!».

         En efecto, de esta locura es de la que debemos estar poseídos por el espíritu fraternal. Que este espíritu esté en nosotros.

         UNA VERDAD QUE CANTA...

         Sólo pensar en ella nos hace bien.

         Tenemos continuamente deseo de vivir la Fraternidad con los otros. Nos ingeniamos para hacemos los encontradizos con los demás. Comunicamos la verdad que está en nosotros. Lo hacemos de manera que ellos «canten» a su vez...

         ¿Y si la Fraternidad no «canta» más en nosotros?

         ¿Y si es solamente una idea seca, rígida, fría...? Entonces la viviremos todavía un poco de tiempo, por rutina. No queremos romper los lazos de amistad creados en el entusiasmo, pero ¡qué peso ahora!, ¡qué deber más costoso de cumplir...! Hasta que viene el día en que nos encontramos «más prudentes» para encerramos en nuestro egoísmo...

         «Toda verdad que no canta es una verdad a la que hacemos traición».

         Seamos de aquellos que poseen verdades que cantan, porque muchos de nuestros contemporáneos no tienen ya verdades que cantan.

         ¿Por qué? Se creerá ridículo mostrarse entusiasmado por una verdad. Se quiere pasar por «hombre duro». Nada de «un ruiseñor» que canta..., sólo «un jabalí» solitario...

         ¿Por qué esto? Se ha perdido completamente la verdad. Se pone todo en tela de juicio. Se repite, como Pilatos a Jesús: «¿Qué es la verdad?», «¿Existe la verdad?». Evidentemente, éstos no pueden cantar.

         Volvamos francamente la espalda a esta manera de ser y penetremos en el estilo de Navidad.

         Cuando la verdad de la venida de Cristo se anuncia, esta VERDAD canta en María por el Magnificat: «Mi alma salta de gozo por las grandes cosas que el Señor ha hecho en mí». El dirige su mirada a los pequeños. El exalta a los pobres...». Esta verdad canta en los Ángeles que convocan a los pastores al Belén. Resuena a través de los siglos poniendo en paz y en gozo a millares de hombres, al proclamarles que son todos hermanos.

         El Movimiento de Fraternidad, lanzado por todo el mundo, vive de este ideal de fraternidad. Pero como todo Movimiento va adquiriendo edad, la rutina le acecha... Es necesario que aquellos que aman la Fraternidad y la promueven descubran sin cesar nuevas formas de acción, se adapten al mundo que evoluciona rápidamente. De esta manera, la Fraternidad continuará proclamando su mensaje en 1972, sobre todo cuando se reúnan de todos los rincones del mundo en Roma, en abril, para su II Congreso Internacional.

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NAVIDAD 1972

«À TOI... CAFÉ... MOI... DONNER.»

         En el libro «Nosotros, esa gente de la calle», de Madeleine Delbrel, Asistenta Social en Ivry, leo lo siguiente:

    

    «Yo estaba en una gran ciudad, fuera de Francia. Me encontraba aislada, extranjera, desconocida... cansada... Solamente me quedaban unas pocas monedas... Entré en un pequeño café que daban también de comer. Escogí aquello para lo que alcanzaba mi dinero: Solamente un plato frío.
    ¿Por qué no decir que yo lloraba...?
    De repente mis dos hombros han sido sujetados por unas manos amigas, reconfortantes y cordiales.
    Una voz de mujer me dijo: «Para usted café ... para mí, dar ... ».
    Después de esta acción, se marchó...
    Yo era extranjera... yo tenía necesidad de bondad... Esta bondad me fue dada por esta mujer»
».

         ¡Qué lección para cada uno de nosotros!.

             Mi hermano sufre en su cuerpo... en su espíritu...

         Y nosotros no lo vemos...

             Porque no le miramos...
             Y esto es ya grave, vivir cerca de alguien que sufre e ignorarle.

         Pero si nosotros lo vemos...

            ¿Vamos a hacer alguna cosa?
            Esto no es cierto...
            «Eso no me toca a mí...»
            Hay otros que se ocupan de ello...

        Y a continuación: él no ha dicho nada... «él no ha pedido nada».
        Y os aseguro que él esperaba a ALGUIEN...
        Él no dice nada. «Eres tú a quien esperó porque él no cree en ti ... ». Tienes tú que ir a él...

            Él te descubrirá y te dirá:
            «Eres tú a quien yo esperaba...».

         y si nosotros rehusamos actuar con él como con un hermano.

        - Como un caracol entrará en su caparazón.
        - Se encerrará en su silencio, en su sufrimiento...
        - Un día él lanzará un grito, un grito de cólera...
        - Se hundirá en la desesperación...

         Por nuestra culpa.

         - Se hará impermeable al amor...

         En este tiempo de Navidad,

        - Sepamos mirar alrededor de nosotros...
        - Actuemos siempre como lo hizo esta mujer extranjera con Madeleine Delbrel...

         Esta mujer descubrió la pena del otro porque su corazón era bueno. Ella actuó con un sentido Cristiano.

         Porque Cristo vino a la tierra para conducimos a su Padre, haciendo de nosotros una gran familia donde reine el amor fraternal...!

         En ruta hacia un Año Nuevo 1973...

         A todos nuestro AMOR damos...

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NAVIDAD 1973

«NO SE ABRE UN CAPULLO DE ROSA A NAVAJAZOS...»

            Por supuesto, nunca habéis actuado así...
            Pues sabíais de antemano que el resultado sería lamentable.
                 Habríais rasgado los pétalos.
                 habríais marchitado la rosa.

* * *

         Reflexionando sobre esta sentencia, me imagino el resultado obtenido por alguien que quisiera alegrar a su hermano, hacerlo vivir, ensañándose con él «a navajazos».

         Pues hay mucha gente, principalmente entre los enfermos y minusválidos, que son «capullos de rosa». Le dan vueltas a su mal y se encierran en ellos mismos.

         ¿Queréis abrirlos?

         Totalmente de acuerdo, pero, os lo ruego, no «a navajazos».

         Por ejemplo:

         ¿Abrirlos reprendiéndoles?

            «Arruinas tu vida».
            «Eres el peor de todos».
            «Si no cambias, ¡pobre de ti...!».

         En ese caso, la situación se bloqueará, él se encerrará más todavía; o bien se producirá la exasperación. Lo destrozaréis...

         ¿Abrirlos mediante un auténtico «lavado de cerebro»?.

            ...Como los reclamos publicitarios en la televisión:
            «Hay que..., hay que..., hay que...».
            Esta expresión psicológica no llevará a nada.
            No lo hacéis bien...

         NO SE ABRE UN CAPULLO DE ROSA A NAVAJAZOS.

         ¿Cómo se abre?

        Situándolo en un BUEN AMBIENTE.
        Que disfrute, durante el día, de calor y durante la noche, de frescor.
        Esperad... No hagáis nada...
        He aquí vuestro capullo abierto... Es embalsamador... CREAR EL AMBIENTE...
        Es aportar a nuestro hermano nuestro amor fraterno.

         Él debe notar que es importante para nosotros, que nuestra visita no es cuestión de cortesía, sino de amor. De amor.

         Él ve que lo consideramos valioso.

         Él sabe que nuestro afecto nos hace comprender sus problemas. Y nosotros no los resolvemos por él. Pero en «el ambiente que nosotros creamos», él tendrá fuerza para resolverlos.

         Con nuestra cálida amistad, él progresará libremente. Será capaz de hacer el esfuerzo por sí mismo. Este capullo de rosa se abrirá ...

         No nos las demos de listos ...

         ¿Quién de nosotros, de una manera u otra, no está «en estado de capullo de rosa»...?

         Pensemos que también nosotros necesitamos a los demás para abrirnos totalmente...

         No existen aquel que sólo da y aquel que sólo recibe.

         Existen hermanos que se dan recíprocamente lo necesario para vivir abiertos...

         Me imagino fácilmente el ambiente que reinaba en el establo de BELÉN, donde estaba el NIÑO JESÚS en el pesebre, rodeado por MARÍA y JOSÉ...

        Llegaban los pastores... Después los vecinos... y los magos.
        Pocas palabras..., sin «lavado de cerebro».
        Pero, ¡qué ambiente de amor y de paz!
        Habían entrado siendo «capullos de rosa».
        Salían abiertos.

         Vayamos también nosotros a buscar el amor y la paz a BELÉN... para traérselos a los demás a lo largo del año 1974...

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NAVIDAD 1974

«LO QUE VALE MUCHO, MUCHO CUESTA»

         Me encontré un día con una gran inválida. Esta minusválida se entregaba por completo a sus hermanos enfermos. A ellos dedicaba su tiempo, sus fuerzas.... ¡les quería tanto!

* * *

         No pude contenerme y tuve que decirle: «Parece que todo esto lo haces con gran facilidad».

         Mirándome con ojos muy abiertos y brillantes, me dijo: «Padre, ¿cree usted que yo encuentro nada más que rosas sin espinas?».

         «No, de ninguna manera», le respondí, porque me acuerdo de un refrán que me escribió una minusválida de América Latina: «Lo que vale mucho, mucho cuesta».

         Ante esa frase alguno, de repente, me tirará de la manga y me dirá:o «No escriba usted eso... ¿Quiere usted que los enfermos fraternicen los unos con los otros? Dígales: "Eso es cosa fácil, eso cuesta poco..." Está de moda suprimir todo esfuerzo, hacer todo fácil y factible... nada de obligaciones... La liberación de todo lo que molesta, éste es el ideal... Y aunque si el darse a fondo perdido verdaderamente cuesta mucho, no se lo diga usted... dórele la píldora para que se la trague...».

         ¡Yo no quiero mentir...! y por eso repito: «Lo que vale mucho, mucho cuesta».

         Pregúntaselo a esa madre de familia que cuida de una familia numerosa...

        Pregúntaselo a ese militante obrero que lucha por mejorar la situación de los más pobres...

         Pregúntaselo a esa enfermera que se entrega asiduamente a tantos enfermos...

         ¿Qué es lo que les hace posible actuar así en estos casos? El amor.

         Me viene al pensamiento una frase de San Agustín: «Allí donde hay amor no hay trabajo duro, o si lo hay se ama este trabajo».

         En la entrega de sí a los demás hay que poner amor, si no, es una verdadera opresión.

         Pero si se pone amor, entonces se manifiesta el fruto del amor, el que sólo nace del amor: LA FELICIDAD.

         Si yo me doy mucho, es necesario que ame el dar mucho. Así iré hacia la verdadera felicidad...

         En este tiempo de Navidad pensemos en Aquel que ha realizado mejor que nadie estas ideas.

         Jesús viene a vivir nuestra vida de hombre, vida de trabajo, de apostolado que termina en la muerte... ¡y qué muerte...!

         ¿No es esto darse todo...? El motor de esta vida es el amor.

         Él os invita: «¡Seguidme!».

         Dar mucho cuesta mucho, pero esto desemboca en la vida, en la felicidad...

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NAVIDAD 1975

«A PESAR DE TODO, ¡SEMBRAD!»

                «Y dio a luz a su hijo primogénito...
                Y lo acostó en un pesebre, por no haber
                sitio para ellos en el mesón
» (Lc. 2,7).

        - Llevar una vida tranquila, cómoda...
          ocupada en las propias inquietudes:

          «¡Que nadie venga a preocuparme...!».

        - Hacer algo por los demás:

          «Sí, pero, ¡con algún beneficio!;
          de otra forma, ¡yo no me muevo...!».

        - Utilizar las propias cualidades:

          «¡Sí, pero... para mejorar el propio confort...!».

         Espero que ninguno de vosotros os veáis reflejados en estos tres personajes... No obstante, imposible negar que existen y... ¡en buena cantidad!

         Enfermos y minusválidos...

         Os contemplo ahí, en tantos rincones de la tierra... y os pido no seguir tales ejemplos.
        En este tiempo de Navidad quisiera ofreceros un mensaje de vida fecunda y de gozo con este grito:

         «A PESAR DE TODO, ¡SEMBRAD!»

        ¡Sembrad...! sin ninguna ansiedad por ver la cosecha.
        ¡Sembrad...! con el profundo deseo de que otros se beneficien de los valores que poseéis.
        Una semilla... esas partículas que se desprenden de las plantas...
Una -con plumas- vuela... Otra -con alas- planea... Otra -simplemente- cae en tierra...
        ... y es posible que se pegue en la bota del caminante para caer unos kilómetros más lejos...;
        ... es posible también que un pájaro la recoja con su pico. De todas formas, hará un viaje...

        La semilla nunca es para provecho de la planta que la hizo nacer.
        - Como una planta que desprende su semilla, así debe ser nuestra vida. Nuestra vida es para los demás.
        Una sonrisa, una palabra, un servicio..., el regalo de nosotros mismos, llevado hasta ofrecer toda nuestra vida.
        ... Y todo esto sin buscar el propio provecho, sin exigir la vuelta.

        ¡Salid ya...! Viviréis vosotros y otros se verán movidos a hacer lo mismo... ¡Os verán tan llenos de vitalidad!

         Pero os prevengo amistosamente: nunca sabréis ni la centésima parte del bien que hacéis..., porque el grano no vuelve a la planta..., y, desde luego, mucho mejor.

        Amigos que me leéis: si no sois creyentes, lo que os estoy diciendo es la singular forma de hacer fecunda vuestra vida, de encontrar la verdadera alegría...

         Si sois creyentes, estad persuadidos de que -actuando así- estaréis viviendo el Evangelio, ese mensaje traído por Jesús el día de Navidad: En Él todo es «don», todo es «regalo». Él siembra siempre...

         Los pastores recogen la semilla y la conducen hasta sus aldeas...

         Los Magos recogen la semilla y la conducen hasta lejanas tierras.

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NAVIDAD 1976

«EXISTIR», SÍ... PERO SOBRE TODO, «¡¡VIVIR!!»

         Cuando se os pregunta por este o aquel enfermo o minusválido respondéis sin remarcar la diferencia: «¡vive!»..., o «¡va pasando!».

         Quisiera demostraros que no deberíamos usar estas palabras «indistintamente».

         Para el uno respondéis: «vive».

         Para el otro, decís: «va pasando», «allí está», «va tirando»...

         Observad más profundamente a éste del que decimos: «va pasando...».

  • está replegado sobre sí mismo,
  • no quiere ver a nadie: le cansa, le fatiga...
  • no le sale acoger feliz a su visitante, a su familia...
  • no quiere informarse de los problemas ajenos...
  • no le importan demasiado los acontecimientos del mundo...
  • ¿ofrecer buena cara?, ¡nadie se la ha visto todavía!

        Nuestro amigo «existe»..., simplemente «eso»...
        ...su muerte no será un «vacío»,
        ... quizá un «descanso» para sus cercanos y más amigos.

        Hace poco, he visto un gracioso dibujo del que «sólo existe». Aquí os lo reproduzco con gusto:

Él sólo EXISTE.

        «Vivir» es otra cosa:

  • Tomar conciencia de las propias posibilidades, sea cual sea la gravedad de la enfermedad o minusvalía. «Lo que me queda... ¡es de tanto valor y puede ser tan útil a los demás...!»
  • «Vivir» es:
    • - unirse a los otros,
    • - acogerlos,
    • - informarse de sus alegrías y problemas,
    • - estar al corriente de los acontecimientos del mundo,
    • - irradiar bondad...
  • Si -afortunadamente- tenemos fe, nuestra vida puede irradiar todavía más. Se sabe uno entre las manos de Dios Amor. Uno se convence de que nada se pierde, de lo que realmente se «vive»... He conocido una mujer totalmente paralizada. Irradiaba «vida» con su sola presencia. Al decir de su marido y de sus dos hijos mayores, su presencia llenaba de «vida» toda la casa...

* * *

         Navidad. La vamos a celebrar... Estamos celebrando aquel primer día de esta «vida» tan maravillosa -tan explosiva- precisamente desde una cuna. «VIDA» interrumpida, dos días de muerte, pero resucitada después sin ninguna posibilidad ya de sombras ni de oscuridad...

* * *

         A este «VIVIENTE» le pido que os ayude a «vivir» un nuevo año de «vida» y que vosotros la sepáis irradiar a vuestro alrededor... Estoy seguro de que vuestro rostro «brillará».


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